La violencia contra las mujeres, por el simple hecho de serlo, es una herida que lacera nuestra sociedad. Este flagelo no solo mina el bienestar personal, social y emocional de las mujeres, sino que también les roba la posibilidad de una vida digna. Las cifras son alarmantes y los tipos de violencia múltiples: física, psicológica, económica, patrimonial, sexual e incluso la más extrema, el feminicidio.

El entorno en el que viven las mujeres está plagado de inseguridades. Desde la violencia en el hogar, en el trabajo y en las calles, hasta la violencia política y de género que despoja a muchas de oportunidades para liderar, participar en igualdad de condiciones y hacer valer su voz. Pero lo más preocupante es que estas agresiones se han normalizado al punto de que hoy hablamos de “blindaje femenino”: una medida desesperada que refleja la necesidad de protección constante ante el peligro.

La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) revela que más del 64% de las mujeres en México se siente insegura en su propia localidad. Esta cifra no es solo un número, es un testimonio de millones de mujeres que viven con miedo, limitadas en sus decisiones y actividades cotidianas. Este miedo ha llevado a la adopción de medidas extremas: chalecos antibalas, gas pimienta y otros accesorios que simbolizan no solo defensa, sino también desesperación.

Aunque México ha dado pasos importantes hacia la igualdad y la equidad de género, este avance ha traído consigo nuevos retos. Cada día más mujeres asumen cargos de poder en el sector público y privado, pero estas posiciones también las exponen a mayores riesgos. La violencia política contra mujeres en elección popular es un ejemplo contundente de cómo el machismo sigue reaccionando con hostilidad ante el avance femenino.

Lo que debería ser un logro de la igualdad, como la posibilidad de participar en condiciones paritarias, se ha convertido en una paradoja peligrosa. ¿Cómo puede hablarse de liberación femenina cuando el costo de esa libertad es vivir con miedo? Hoy, mujeres de todas las edades y profesiones—abuelas, madres, hijas; abogadas, amas de casa, presidentas municipales, cocineras o meseras—se enfrentan a un mismo enemigo: la violencia sistémica.

Es inaceptable que nuestra sociedad permita que las mujeres vivan a la defensiva, invirtiendo en su propia seguridad en lugar de en su desarrollo personal y profesional. Necesitamos más que un blindaje físico; necesitamos un blindaje social, político y cultural. Urgen acciones concretas, desde el fortalecimiento de las políticas públicas y leyes contra la violencia de género hasta la implementación de programas educativos que transformen las estructuras machistas.

La seguridad de las mujeres no es solo un tema de ellas, es un tema de todos. Cada persona que salió del vientre de una mujer tiene la responsabilidad de luchar por un entorno donde ellas no tengan que vivir con miedo. Proteger a las mujeres es, en esencia, proteger la vida misma y el futuro de nuestra sociedad.

Que el “blindaje femenino” no sea un escudo, sino un llamado a la acción para construir un país donde todas las mujeres puedan vivir sin miedo, con dignidad y con libertad.

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