En México, hoy en día, es casi imposible encontrar un hogar sin al menos un teléfono celular. Esta herramienta, que en teoría debería facilitar la comunicación y el acceso a la información, se ha vuelto parte esencial de nuestras vidas, a tal grado que, aun cuando su costo está fuera del alcance para algunas familias, éstas encuentran maneras de adquirirlo porque se considera una “necesidad”. La urgencia de mantenerse en contacto y al tanto de lo que ocurre con nuestros seres queridos convierte al celular en un bien imprescindible.
Las compañías telefónicas, conscientes de esta dependencia, ofrecen paquetes de datos e internet, algunos con acceso “ilimitado” a redes sociales populares como Facebook, TikTok e Instagram. Estos planes, diseñados para adaptarse a los diferentes presupuestos, han democratizado el acceso a las redes sociales y han hecho que plataformas de entretenimiento y comunicación sean accesibles para amplios sectores de la población, incluidas las clases media baja y baja. Sin embargo, el contenido que predomina en estas redes sociales está lejos de ser educativo o enriquecedor. Al contrario, es preocupante observar cómo estas plataformas, sin filtros ni controles, se han convertido en las principales “aulas” donde niños, niñas, jóvenes y adolescentes adquieren valores e ideas que, en muchos casos, distorsionan su visión de la realidad y su formación personal.
En comunidades vulnerables y aisladas, el impacto es aún más profundo. Para muchas niñas y niños, el celular no solo es una herramienta de comunicación, sino la principal –y, a veces, única– ventana al mundo exterior. Sin embargo, los contenidos a los que tienen acceso están plagados de violencia, conductas inapropiadas, y valores cuestionables. La presencia de algunos “influencers” con niveles educativos limitados, promoviendo estilos de vida que no reflejan la realidad, representa un peligro latente, pues inspiran modelos de comportamiento que pueden ser perjudiciales, especialmente para mentes en desarrollo.
Por otro lado, aunque el celular tiene el potencial de convertirse en una herramienta educativa y de acceso al conocimiento, en nuestro país el acceso a plataformas educativas es aún limitado. El uso masivo del teléfono celular para el entretenimiento o la socialización ha dejado en segundo plano su potencial como herramienta de aprendizaje. Además, la infraestructura de telecomunicaciones en muchas zonas rurales y marginadas no es adecuada para soportar un acceso de calidad. Aunque se han realizado esfuerzos importantes, como la instalación de antenas por parte de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) para llevar la conectividad a zonas remotas, la señal que llega a estos lugares es insuficiente para satisfacer las necesidades educativas y comunicativas de sus habitantes.
Es aquí donde entra en juego la Nueva Escuela Mexicana, un modelo educativo que plantea un cambio estructural después de décadas de estancamiento en nuestro sistema de enseñanza. Este nuevo enfoque tiene el desafío de incorporar la tecnología de manera inclusiva y efectiva, garantizando que no se profundicen las desigualdades ya existentes. Es fundamental que se impulse un salto tecnológico que no solo llegue a quienes tienen la capacidad de pagar por estos servicios, sino que también considere a quienes más lo necesitan y menos acceso tienen.
La tecnología debe ser un medio para reducir las desigualdades, no para ampliarlas. Necesitamos una estrategia nacional que permita a todos los niños y jóvenes, sin importar su lugar de origen o nivel socioeconómico, acceder a herramientas digitales que realmente fomenten el aprendizaje, el pensamiento crítico y los valores humanos. Si queremos un México más preparado y justo, es imperativo que hagamos de la tecnología una aliada en la formación de las nuevas generaciones.