¿Qué sucede en nuestro cerebro cuando nos enamoramos? Solemos decir que amamos “con todo el corazón”, pero ¿realmente lo creemos? La ciencia nos dice que no es el corazón el que ama, sino el cerebro. Todas nuestras emociones y sentimientos son producto de un complejo proceso neurológico, donde neurotransmisores y hormonas actúan como mensajeros para generar esas sensaciones que asociamos con el amor, como las famosas “mariposas en el estómago”.
A lo largo de la historia, el amor ha sido el centro de innumerables relatos, culturas y movimientos sociales. Cada sociedad lo ha interpretado y expresado de maneras distintas, pero su esencia ha sido la misma: un sentimiento profundo que nos conecta con otros. En la actualidad, el amor sigue evolucionando y adoptando nuevas formas. De ahí la frase: “amor es amor”. Más allá de a quién amemos o cómo lo hagamos, lo importante es vivir el amor de manera consciente y auténtica.
El proceso del enamoramiento inicia con una atracción física, seguida de una conexión emocional y psicológica. Cuando la atracción es recíproca, comienza el llamado “juego del amor”, en el que buscamos resaltar nuestras mejores cualidades para conquistar a la otra persona. Pero, ¿qué significa enamorarse en pleno siglo XXI?
Hoy el amor tiene muchas caras. En la era digital, las relaciones han cambiado radicalmente. Mientras que la Generación Z tiende a buscar conexiones efímeras y sin compromiso, los millennials aún anhelan relaciones monógamas y estables, mientras que los baby boomers crecieron con la idea del amor para toda la vida. Actualmente, el concepto de pareja ha trascendido los modelos tradicionales: el amor ya no solo se da entre un hombre y una mujer, sino que se vive entre personas del mismo sexo, personas transgénero, en relaciones poliamorosas e incluso en vínculos digitales. Pero, sin importar su forma, el amor sigue teniendo un elemento esencial: el respeto.
La idea de compromiso también ha cambiado. Cada vez más parejas optan por la convivencia sin matrimonio, mientras que los matrimonios igualitarios han ganado terreno en muchas sociedades. El número de hijos por familia ha disminuido y la adopción, aunque aún enfrenta obstáculos, se ha convertido en una opción viable para muchas parejas diversas. Por otro lado, los divorcios han aumentado significativamente, mientras que la vida en pareja sin contrato legal es cada vez más común.
El amor cambia, las relaciones cambian, la sociedad evoluciona, y con ella, nuestras expectativas sobre el amor. Sin embargo, el deseo de amar y ser amados sigue intacto. La clave está en cultivar un amor que no se base en la idealización, sino en la aceptación de las virtudes y defectos propios y de la pareja. En amar con intensidad, pero sin perder el amor propio.
Y aunque el amor moderno ha roto con muchos paradigmas, seguimos celebrando el 14 de febrero, una fecha envuelta en la mercadotecnia y la deconstrucción del amor romántico e idealizado. Quizás, más que un día de regalos y expectativas irreales, deberíamos verlo como una oportunidad para reflexionar sobre el amor en todas sus formas: el amor de pareja, el amor propio y el amor que nos permite, sin importar el tiempo o las circunstancias, seguir eligiendo a alguien día tras día.
Porque al final, no importa cuántas veces cambie la manera en la que amamos, ni cuántas formas tome el amor. Lo esencial es que, sin importar la época, seguimos sintiendo ese impulso profundo y biológico que nos conecta, que nos mueve, y que nos hace humanos.
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