En pleno siglo XXI, resulta alarmante que aún debamos cuestionarnos por qué tantas mujeres permanecen en hogares donde sufren maltrato físico o emocional. La independencia económica debería ser una de las libertades más fundamentales que el ser humano puede alcanzar, especialmente para las mujeres. Sin embargo, las condiciones actuales no siempre permiten que todas ellas ejerzan plenamente este derecho.
La educación de las mujeres debería empoderarlas, dotándolas de herramientas para reconocer las señales de violencia que, a menudo, se ocultan en la cotidianidad. No obstante, identificar los distintos niveles de abuso en el día a día no siempre es sencillo. Es desconcertante que, en un país que aspira a erradicar el machismo, tantas mujeres aún sufran agresiones.
Muchos hombres, atrapados en una visión distorsionada de la masculinidad, creen que demostrar su fuerza implica dominar o lastimar a las mujeres. No comprenden que el verdadero poder radica en construir relaciones basadas en el respeto y la igualdad. Aunque México ha avanzado en la erradicación de la violencia de género, queda mucho por hacer.
Es común suponer que un mayor nivel educativo reduce la probabilidad de ser agresor o víctima de violencia de género. Sin embargo, la violencia no distingue nivel socioeconómico ni formación académica; afecta a mujeres de todas las edades y contextos. El impacto es devastador, no solo para las mujeres que sufren violencia directamente, sino también para sus hijos, quienes crecen en un ambiente de miedo e inseguridad.
En el Estado de México la situación es particularmente preocupante. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021, el 78.7% de las mujeres de 15 años o más han experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida, y el 47.6% en los últimos 12 meses. Estas cifras colocan al Estado de México entre las entidades con mayor prevalencia de violencia contra las mujeres en el país.
Las razones por las cuales tantas mujeres permanecen en relaciones abusivas son complejas. El miedo a la condena social por un divorcio, el temor a enfrentar la vida sola con los hijos o la falta de alternativas económicas se convierten en barreras difíciles de superar. Además, la violencia se convierte en una rutina silenciosa que, poco a poco, mina la autoestima y el sentido de dignidad de la persona.
Es esencial que las instituciones educativas ofrezcan programas de concienciación sobre violencia de género desde una edad temprana. Las niñas deben aprender a valorarse a sí mismas y a reconocer su fortaleza. Deben saber que merecen respeto y que cualquier relación en la que no se sientan seguras no es una relación que deban tolerar. Necesitamos eliminar los tabúes que enseñan a las mujeres a “aguantar” por el bien de la familia o por miedo al “qué dirán”.
Para erradicar la violencia de género, debemos enseñar a nuestras niñas a reconocer y rechazar la violencia en todas sus formas. Este cambio requiere educación en valores, en civismo, en control emocional y en inteligencia emocional. La violencia no es solo una cuestión económica ni física, sino un problema educativo. Las mujeres y niñas deben saber que tienen derecho a pedir ayuda sin temor al juicio de los demás.
Es necesario que todos aprendamos a utilizar herramientas como el violentómetro, pero también debemos recordar que no basta con alertar sobre el peligro; debemos comprender que la violencia aumenta progresivamente y que no reconocer sus primeros signos puede tener consecuencias devastadoras. A veces, las mujeres creemos que “eso no nos va a pasar a nosotras”, hasta que la situación se vuelve tan insostenible que no sabemos cómo reaccionar.
Como sociedad, tenemos el deber de mejorar la educación en materia de género, de ofrecer apoyo real y accesible a quienes lo necesitan, y de recordar siempre que todas y todos merecemos una vida plena, libre de violencia. Las mujeres merecen un espacio seguro y digno, un entorno que no solo respete su integridad física y emocional, sino que valore su contribución y las trate como iguales.
La violencia de género es un grito desesperado que nos llama a tomar acción, a educar a las nuevas generaciones en el respeto y la empatía, y a construir una sociedad donde ser mujer no sea sinónimo de riesgo, sino de fortaleza y libertad. Porque hasta que no logremos un mundo libre de violencia, seguiremos fallando como sociedad.
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