Históricamente, los gobiernos y organismos públicos dedican buena parte de su tiempo a definir qué hacer y hacia dónde dirigir una organización. No obstante, pocas veces se presta atención a cómo lograr que las metas y objetivos puedan concretarse.

Prometer, convencer y motivar, puede resultar llamativo para quienes participan dentro del ámbito público. Por el contrario, hacer que las cosas se concreticen, verificar el cumplimiento y establecer responsabilidades, es una tarea poco lucidora, desgastante, y con una importante demanda de disciplina y orden. Por ello, no es sorpresa que veamos continuamente anuncios de acciones o de inicios de obra, pero difícilmente nos enteremos de conclusiones o proyectos que alcanzan su objetivo.

Desde la publicación del libro Implementation: How Great Expectations in Washington Are Dashed in Oakland (Pressman y Wildavsky:1984), el debate académico conceptualizó esta paradoja de cómo las mejores ideas o proyectos, terminan, constantemente, en rotundos fracasos. A partir de su publicación, hace cuarenta años ya, la atención en la implementación se ha vuelto altamente relevante para el estudio y análisis de las políticas públicas. Presento tres elementos fundamentales sobre la implementación.

I. Las políticas públicas no se desarrollan en contextos estáticos. Usualmente se piensa que el diseño de políticas se realiza en ambientes sociales controlados y constantes. Esto provoca que una vez que se lanza una nueva política, se desaten oportunidades y expectativas, que buscarán ser aprovechadas por parte de los actores sociales involucrados. Usualmente, una política desata conflictos que son desestimados en la fase de planeación y cuando se hacen presentes, las buenas ideas acaban siendo contenidas, desestimadas o eliminadas.

II. Buenas leyes no son suficientes. Es común que los tomadores de decisiones piensen que los problemas públicos sólo requieren mejores normas para ser resueltos. Nada más alejado de la realidad. La política pública se vuelve ese conjuro que intenta hacer tangible y real lo que se establece en el papel. Y como en la película Fantasía (1940), un ingenuo aprendiz de mago llevará, inevitablemente, los buenos deseos a fracasos estrepitosos.

III. La buena voluntad todo lo puede. Es un recurso habitual pedir que haya cordialidad, colaboración y coordinación entre distintas instancias para que una política sea exitosa. Sin embargo, es un recurso que se pierde en la realidad, pues las organizaciones no son entes autómatas que responden a una determinada programación. Por el contrario, son entes sociales que actúan en marcos de discrecionalidad y contingencia. Frente a ello, apelar a la buena voluntad, es como gritar en el desierto. En los procesos de interacción social, los buenos deseos nunca son suficientes.

Hoy en día, las organizaciones públicas requieren dar resultados tangibles a la sociedad. Su legitimidad y credibilidad radica en ello. Un buen inicio para quienes encabezan posiciones de liderazgo público sería reducir las expectativas sobre lo que quieren hacer y ampliar recursos, humanos y técnicos, para delinear implementaciones más estratégicas para alcanzar sus objetivos.

Es un buen momento para que las autoridades, de cualquier nivel de gobierno, reorientar sus acciones a menos anuncios y se focalicen hacia la fase de política pública más minimizada, pero que, a su vez, se vuelve indispensable para el buen puerto de cualquier programa o acción: la implementación.

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