Cuando estudiaba la licenciatura, realicé una investigación sobre las visiones serpentinas en la cultura maya. Fue un proceso que realmente me entusiasmó: fui a la biblioteca de la ENAH un par de veces; otro par de veces, visité la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología para adentrarme al inframundo y admirar la Lápida de Pakal. En una de esas escapadas al museo, con el pretexto de mi trabajo final de Literatura Prehispánica, vi la foto de Alberto Ruz Lhuillier, a quien se le atribuye el descubrimiento de la tumba de Pakal, el grande. Su rostro lo dice todo. Tienen que ver esa imagen y, obviamente, la belleza de la lápida. Tan solo al contarlo revivió la emoción.
Si se estaban preguntando cómo me fue con mi ensayo, pues les cuento que fue todo éxito, pero, para mí, la historia no terminó ahí. Cuando finalizó el semestre, con mochila al hombro, me fui a Palenque, Chiapas, quería ver con mis propios ojos el Templo de las Inscripciones y adentrarme en él para encontrarme con Pakal. Era verano, hacía mucho calor y el aullido de los saraguatos inundaba todo el espacio, prácticamente corrí al templo... me topé con la triste noticia de que ya no dejaban pasar, a menos que fuera estudiante de arqueología y estuviera realizando algún proyecto con el INAH. No, yo solo estudiaba Letras Latinoamericanas y mi investigación sobre las visiones con serpientes no justificaba mi entrada. La disposición oficial solo tenía un par de meses.
Estas medidas, que han sido muy discutidas, se extendieron a lo largo de todas las ciudades mesoamericanas con el objetivo de resguardar el patrimonio. Así que, cuando visité Chichén Itzá, ya no era posible subir las escalinatas de El Castillo, más no era el objetivo del viaje, en esa ocasión fui testigo de la llegada de Kukalkan, su cuerpo de serpiente descendió, mientras cientos de personas exclamábamos con entusiasmo.
Pero, para muchas personas ha sido "gracioso" infringir las normas y subir corriendo por las escalinatas de El Castillo de Chichen, como sucedió hace un par de semanas, con un turista alemán, mientras él subía, Kukulkán bajaba. Que, si estuvo bien o mal que lo golpearan al bajar, no lo sé, pero de lo que sí estoy segura es de que, cuando nos convertimos en turistas de "zonas/parques arqueológicos", nos olvidamos de que las ciudades mesoamericanas no solo eran/son un conjunto de construcciones insertadas en un lugar sin ton ni son, sino que trastocaban el espacio-tiempo de los dioses y los humanos. Su arquitectura era/es el paisaje, era/es la naturaleza. Cada uno de los edificios religiosos/habitacionales/mercados/palacios/juegos de pelota/observatorios posee/poseía un significado profundo, por ejemplo, los templos principales eran una expresión humana de la Montaña Sagrada, la montaña que otorga los bienes/alimento/vida a los seres humanos. En las ciudades mesoamericanas nada está por azar, todo tiene un significado, un diálogo, incluso con las estrellas.
Ya escucho a varios diciendo que las culturas mayas del Clásico ya desaparecieron desde hace mucho y, por tanto, el simbolismo que tenían se ha perdido. Mas acá en Oquetza hemos reflexionado que, quizá para los mestizos, las ciudades mesoamericanas carecen de significado, pero para las naciones indígenas la relación es muy diferente (tal es el caso de Tenam Puente en Chiapas o Kaminaljuyu, Guatemala) y cada vez más se encuentran desvinculadas de estas ciudades por el aumento de turismo... por la creación de parques... por la apropiación cultural cometida por el Estado.
PD que explica la idea de visiones serpentinas: caminos dotados de vida que permitían la comunicación entre el mundo de los muertos y los humanos, los caminos eran representados como serpientes, como lo hay en el Templo de las Inscripciones.
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