Encontrarnos en las redes con videos/memes/reel cuyos protagonistas sean lomitos, se ha convertido en el pan de cada día. Es más, debo confesar abiertamente que, en Instagram, sigo dos cuentas de perritos. El primero es Winnie: un lindo lomito color miel, con cara melancólica que baila diferentes ritmos con un único paso: mueve levemente su cabeza, como afirmando el mundo. El otro lomito se llama Logan y es muy intrépido pues se lanza a los ríos cuyos cauces no son precisamente tranquilos, con el único objetivo de buscar palitos. En Facebook fue muy viral un video sobre Cachai, un perro que aconseja a su dueño sobre cómo debe actuar con la chica que lo dejó en visto. Así es, los lomitos han invadido las redes; han invadido nuestros días, nuestro tiempo, nuestra cámara fotográfica y aquí viene una segunda confesión:
Mi celular está lleno de fotos de Coa, quien está por cumplir doce años. Es una viejita llena de energía que, a veces se olvida de que sus patitas ya no responden como antes. Cuando llego a casa me recibe muy feliz con algún muñeco, pero a veces no escucha la puerta y se sorprende al verme ya adentro, su mirada es de lo siento no te escuché y no te fui a recibir, acto seguido: comienza a mover la cola toda contenta y busca su muñeco para dármelo.
Pareciera que la invasión perruna es un fenómeno de nuestros días apocalípticos, pero no es así, al hacer un recorrido rápido por el arte nos damos cuenta de que los lomitos han sido protagonistas en diferentes momentos. Se piensa que fueron domesticados aproximadamente hace 16 mil años, incluso hay pinturas rupestres donde se les representa. En un mural egipcio podemos apreciar a diferentes perros como parte de una escena bélica. En el vestíbulo de una casa de la antigua Pompeya se encontró la inscripción Cave Canem (Cuidado con el perro) junto a la representación en mosaico del can en cuestión. En diferentes pinturas como la Venus de Urbino, El matrimonio Arnolfini, Las Meninas, por mencionar solo unas cuantas, es posible apreciar la presencia de los perros en el entorno familiar.
En Mesoamérica, la relación entre lomitos y seres humanos no fue tan distinta, ya que formaban parte de la cotidianidad. Como mascotas, recibían diversos nombres: xochcocoyotl, tetlami y teuitzotl. Es indispensable aclarar que había perritos destinados al consumo humano: tlatchichi o techichi. Quizá la raza más conocida sea el xoloitzcuintli que, según lo que he leído, eran considerados defectuosos. Pensar que hoy son prácticamente un símbolo nacional.
En el Códice Madrid es posible ver a un perrito siendo parte de un ritual, mientras que en el Códice Laud podemos observar que un perrito entrega a Mictlantecuhtli (Señor de la muerte) el alma de un ser humano. Esta historia es quizá la más conocida: el alma del perro transporta a su amo al Mictlan. Si alguno crio un perro en vida, le previene antes de morir con estas palabras: “mira bien desde la orilla de los nueve ríos por mí” Pues se dice que el perro traslada a su dueño a través de la corriente del inframundo. Supongo que Logan, el perro de Instagram, ya está más que entrenado para esta tarea.
Los perros eran considerados los compañeros del sol en su recorrido por el Inframundo; también estaban relacionados con Xolotl, esto es, con Venus de la tarde, que incluso se representaba con la cabeza de un perro. Por otro lado, es importante mencionar que Venus vespertina simbolizaba la transformación, fertilidad, lluvia y buenos augurios.
Si bien no hay memes/reel de perritos mesoamericanos, sí podemos admirar a los itzcuintli en algunos grafitis; o en el trabajo del pintor y escultor Juan Chawuk; o en la literatura como en la novela de Yuri Herrera Señales que precederán al fin del mundo.
Mañana es un día especial pues será el solsticio de invierno, el día en el que el sol se detiene. Un ciclo termina, todo en la naturaleza comenzará a dormir, así como Coa lo hace en la víspera de su cumpleaños.
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