Han transcurrido veintiséis desde que comencé a compartir mis palabras aquí, pero creo que no me he presentado y he llegado a la conclusión que la mejor manera de compartirles quién soy es contándoles los tres momentos de mi niñez que marcaron mi relación con el mundo mesoamericano.

Mi primer recuerdo no es de un templo, de una escultura o de pinturas murales, mi memoria me lleva a la tierra húmeda por la que camino, mientras mi mirada se deleita con los guijarros que hay a su paso, pequeños fragmentos de la cotidianidad de un pueblo que fue. El segundo momento me lleva a las escaleras que conducen hacia mi ciudad mesoamericana predilecta, Malinalco. Mi memoria no incorpora el calor, la humedad del lugar o el cansancio que seguramente sentí al subir los más de 200 escalones; mi mente solo se enfoca en el instante en el que entré al Cuauhcalli, recuerdo el impacto que produjo en mí ver las esculturas en piedra de águilas y jaguares iluminadas por los rayos del sol colándose por doquier.

Mi encuentro con Ehecatl tuvo lugar el día que pisé por vez primera Calixtlahuaca. Un pequeño cuarto funcionaba como museo de sitio, al entrar me topé de frente con el dios del viento, su altura me dejó pasmada, apenas pude apreciar la perfecta escultura tallada en piedra de un hombre de pie, ataviado apenas con taparrabo y un sencillo par huaraches; desde mi estatura de niña solo podía apreciar la máscara en forma de pico de ave que cubre su rostro. Ehecatl sopla y sopla hasta generar viento, viento circular que moldea el templo central de esta bella y pequeña ciudad mesoamericana. La antigua presencia de Ehecatl me atrapó para nunca más dejarme y determinó, en cierta medida, mis pasos, pasos que me llevaron, con el transcurso del tiempo, a impartir en la universidad dos fascinantes asignaturas: Literatura Mesoamericana y Patrimonio Gastronómico Mesoamericano.

Sí, lo han notado muy bien, no utilizo el término prehispánico como comúnmente se maneja y tampoco hablo de zonas/sitios arqueológicos, como se conoce a estos espacios donde hace cientos de años se desarrollaron grandes culturas. He optado por identificarlos como ciudades/sitios mesoamericanos; mi decisión responde a una serie de reflexiones decoloniales.

Al enunciar prehispánico se está otorgando mayor peso a la etapa hispánica y, por tanto, se lee el desarrollo de los pueblos que habitaron (habitan) el actual territorio de México y Centro América desde el eurocentrismo. Si lo que se pretende es estudiar/comentar/apreciar/reflexionar sobres dichas naciones, por qué hacerlo a partir de la cultura que los conquistó y colonizó. Claro, no es posible borrar de la historia la Conquista española y todo lo que devino con ella, pero es indispensable resignificar las palabras.

Comencé a cuestionarme sobre el concepto de zona/sitio arqueológico después escuchar al arqueólogo Gabriel Lalo Jacinto quien explicaba que cada agosto, en El Ejido Francisco Sarabia en Comitán, Chiapas se realiza una procesión a la ciudad mesoamericana de Tenam Puente; una práctica religiosa ligada al ciclo agrícola. La exposición del investigador hizo explotar mi cabeza pues caí en cuenta que estos espacios no son vestigios de culturas antiguas, sino espacios vivos, entonces me pregunté cuántas ciudades mesoamericanas han sido arrebatadas a los pueblos originarios en aras del turismo.

PosData que explica sobre la investigación de los topónimos: La indagatoria sigue en curso, por el momento les adelanto un poquito lo referente al nombre de un pueblo chiapaneco: Sak´Am´Chen de los Pobres, antes llamado San Andrés Larráinzar, antes llamado San Andrés Sak´Am´Che, antes llamado San Andrés Istacostoc.

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