1.

Cuando estudiaba la licenciatura, cursé la asignatura de Culturas Prehispánicas y, como trabajo final debíamos desarrollar/ampliar alguno de los temas que se tocaron en los meses pasados. Yo decidí profundizar sobre las visiones con serpientes en la cultura maya. Leyendo acá, investigando allá, buscando acullá, encontré que la lápida de Pakal tiene una relación importante con las visiones serpentinas. Terminé mi trabajo. Lo entregué. El maestro me felicitó. Salí de vacaciones. Pero yo me quedé con la espinita sobre la tumba del gran Pakal, tenía que verla con mis propios ojos y, aunque en el MNA hay una réplica, no bastaba para mí. Así que tomé mi mochila viajera y me fui a la selva. Llegué a Palenque con toda la emoción del mundo. Disponía de varios días para recorrer la ciudad con la calma y adentrarme al Templo de las Inscripciones.

Lo que no sabía:

Dos meses atrás el INAH había restringido la entrada al público en general, solo podían entrar al Templo de las Inscripciones estudiantes de Arqueología e investigadores debidamente acreditados, claro está, y yo… solo estudiaba Letras.

El propósito central de mi viaje quedó frustrado y no pude experimentar la sensación de entrar a otro tiempoespacio; vivencia que ya había tenido, pero que solo “recuerdo” porque hay una foto donde mis hermanas y yo estamos sentadas adentro del templo principal de Calixtlahuaca. Pero no cuenta porque yo tenía tres años y los recuerdos reales que vienen a mí de aquellos años son los de mi muñeco preferido que era un chango. Pero, sobre todo, no cuenta porque las fotos no transmiten el latir del corazón o el momento casi instantáneo en el que es posible ver en la oscuridad.

2.

La época en la que más documentales he visto/escuchado fue por aquellos años pandémicos. Documentales sobre la basura en África; sobre los buscadores de oro en el siglo XXI; sobre la Inteligencia Artificial; sobre los océanos; sobre ciudades mesoamericanas, de hecho, vi/escuché toda la serie de Piedras que hablan. Gracias a esos programas logré, de alguna manera, recorrer por dentro muchos templos, incluido el de las Inscripciones. Experimentar la sensación de entrar a otro tiempoespacio: murales, mascarones, esculturas, bajo-relieve desdibujados por la tenue luz que puede proporcionar una antorcha. Entre las charlas sobre historia y arqueología se tocó el tema de los astrónomos mesoamericanos: sacerdotes que vivían dentro de los templos sin ningún tipo de iluminación con el objetivo de que sus ojos se acostumbraran a no tener luz. Salían a la claridad de la noche para mirar las estrellas con todo detalle. Toda una vida para poder ver en la oscuridad.

3.

Desde que vi las fotos del Museo Anahuacalli quise ir, pero por una u otra razón no se había concretado visita, sino hasta hace un par de meses. Estaba realmente emocionada, no solo porque era mi cumpleaños, sino también porque quería conocer la colección de piezas arqueológicas de Diego Rivera.

Sin imaginarlo pude experimentar la sensación de entrar a otro tiempo espacio: murales, mascarones, esculturas, bajo-relieve desdibujados por la tenue luz que puede proporcionar una antorcha. Sí, esa es la vivencia del Anahuacalli. No es el museo convencional donde el visitante puede leer fichas y asentar con la cabeza como si hubiese comprendido todo. El Anahuacalli hace latir del corazón, sentimiento muy cercano a lo que quizá habría experimentado al entrar a la tumba del gran Pakal. Hace vivir ese momento casi instantáneo en el que es posible ver en la oscuridad.

Google News

TEMAS RELACIONADOS