La Federación Internacional de Escalada y Montañismo (UIAA por sus siglas en francés) publicó recientemente una serie de normas, recomendaciones -no necesariamente reglas-, para todas las personas que, de manera profesional o como aficionados, se dedican a practicar estas disciplinas, las cuales se deben conocer, aceptar, pero, sobre todo: poner en práctica.
En realidad, se trata de la actualización de un documento que vio la luz en el 2002, conocido como la Declaración de Tirol. El espíritu de aquel pronunciamiento se mantiene intacto, ya que prevalece el ánimo de generar lo que podríamos llamar “cultura de montaña”; estudiar fenómenos naturales que inciden en sus diferentes actividades (avalanchas, por ejemplo); así como la protección ambiental; todas ellas, características que identifican a la UIAA desde su fundación en 1932.
Sin embargo, en las últimas dos décadas, las circunstancias y condiciones se han modificado radicalmente. Es el caso del crecimiento de la escalada deportiva (prueba olímpica desde Tokio 2020); el vertiginoso aumento de las agencias comerciales que guían a sus clientes a cumbres en sitios cada vez más remotos; la disponibilidad de información derivada por el uso del internet, las aplicaciones y las redes sociales, así como los efectos del cambio climático, resultan motivos suficientes para una renovación inaplazable.
En particular, esta última declaración incluye un concepto integral, el de la sostenibilidad, ya que no se limita al cuidado de los ecosistemas de montaña, sino que también incorpora a las comunidades locales y a quienes dependen del montañismo y ocupaciones relacionadas para subsistir. Es decir, pretende influir positivamente en el aspecto ambiental, social y económico, como un todo.
Por ello, considero que tal planteamiento es el más relevante, pues demuestra hasta qué punto, el montañismo puede favorecer el entendimiento entre distintas culturas, el respeto y el orgullo por las tradiciones, sin olvidar la preservación de la naturaleza. En otras palabras, mira de frente al futuro.
En una apretada síntesis, repasaremos los principales elementos que componen el texto aludido. De entrada, nos pide ser honestos con la forma en que escalamos y la información que compartimos al respecto, así como respetar un estilo distinto al nuestro. Aceptar que realizamos una actividad de riesgo que puede implicar lesiones e incluso, la muerte, por lo que se hará todo lo posible para evitar poner en riesgo a los demás.
En caso de presentarse un incidente, primero garantizar nuestra seguridad y después ayudar a quienes estén en peligro; pedir ayuda, si es necesario, lo antes posible. Auxiliar aún a costa de renunciar a nuestros objetivos. Evitar el menor impacto posible en los entornos naturales y la quema de madera para cocinar. Guardar suficiente distancia de madrigueras y fuentes de agua
Asimismo, no solo se reconoce el cambio climático, sino que se sugiere participar en iniciativas que ayuden a restaurar los ecosistemas en la montaña. Respetar a las comunidades locales y acatar sus regulaciones. Por último, reitera el derecho de acceso a la naturaleza con responsabilidad.
A manera de conclusión, recordemos lo que dijo el explorador y activista británico Robert Swan: “La mayor amenaza para nuestro planeta es la creencia de que alguien más lo va a salvar”.
Brújula.- Nuevamente, con tristeza, nos ocupamos de un accidente fatal. En esta ocasión, un joven de 27 años perdió la vida, al intentar descender de la cima del Pico de Orizaba en bicicleta. Sí, leyeron bien: en bicicleta. Un acompañante de la víctima, quien iba a videograbar el hecho, logró pedir auxilio y compartir la ubicación a los rescatistas. No juzgaré la intención que pudo haber tenido esta persona, pero sí diré que la montaña merece respeto.
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