Desde la primera entrega, este espacio se propuso responder a la pregunta del por qué nos atraen las montañas. Sabemos que, a lo largo de la historia de la humanidad, han estado presentes. Las antiguas civilizaciones las veneraron y en las religiones más representativas son referente continuo. Por ello, los invito a que reflexionemos sobre ello, a propósito de los próximos días de asueto, con motivo de la “Semana Mayor”.
Busquemos en el pasado para rescatar nuestra fascinación por ellas. Evoquemos su grandeza, su misterio. Porque en territorios donde, aparentemente, no sobresalían fueron creadas pirámides para representarlas, aún en culturas tan diferentes y alejadas como la egipcia y la maya.
El investigador Edwin Bernbaum señala que, en la China milenaria, las montañas poseían un carácter a tal punto sagrado y de transformación espiritual, que la expresión específica para indicar la práctica de la religión, literalmente, significaba “penetrar en las montañas”.
Porque siempre las habíamos reverenciado y contemplado como el vínculo natural que nos acercaba al cielo, al firmamento, a la bóveda celeste, que nos hacía sentir parte de un todo universal.
Sin olvidar que nos han proporcionado bienes como el agua, fundamental para la vida, la fecundación del planeta y fuente permanente de curación física y espiritual.
Ya sea que se les haya considerado sagradas, como un ente vivo; o bien, lugares donde habitaban dioses, seres mitológicos o sitio donde se alzaban templos alejados de todo lo mundano, dedicados al culto. Incluso, si es el ser humano moderno que acude a ellas para escapar del agobiante entorno urbano, en un afán de renovación espiritual, de reencuentro con la naturaleza.
Más allá de un mero aspecto religioso, pensemos también en la capacidad de provocar un sentimiento de admiración ante su sola majestuosidad, que ha sido inspiración para grandes pensadores, escritores, músicos, pintores; particularmente, durante los siglos XVIII y XIX, cuando surge también el montañismo como deporte y se comienzan a explorar las grandes cimas con fines militares y/o científicos.
Las montañas ya estaban ahí, y perduran hasta hoy como testimonio mudo de una era, la nuestra, codiciosa e ignorante. Peligrosamente comercializadas. Han dejado de animar obras de arte, para servir como paisajes de utilería en anuncios de vehículos todo terreno. ¡Vaya forma de invitarnos a consumirla!
El llamado de la montaña ha alertado sobre los daños que están ocasionando los efectos acelerados del cambio climático a nuestras montañas. Por ello, urge recuperar aquella mirada del pasado. Porque como dice el científico y divulgador español Eduardo Martínez de Pisón: “Por el conocimiento se llega a la admiración y por la admiración, al respeto”.
Brújula. Esta semana, el rumbo informativo se desplaza con tristeza al paraje La Mesa, municipio mexiquense de Calimaya, donde tres experimentados brigadistas de Probosque resultaron heridos, el fin de semana pasado, mientras combatían un incendio forestal en las inmediaciones del Xinantécatl. Lamentablemente, Leonardo Rodríguez Ordóñez, coordinador de la región Toluca perdió la vida; dedicó más de tres décadas a proteger los bosques mexiquenses. Descanse en paz.
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