Somos una especie que gusta de los rituales. Comer 12 uvas y pedir un deseo por cada una de ellas, mientras escuchamos igual número de campanadas, quizá sea de los más populares para empezar un año nuevo. De acuerdo. Pero el inicio de otra vuelta al sol, en lo personal es también un buen motivo para responder al llamado de la montaña.
La experiencia de un ascenso en el arranque de enero, me permite tomar un respiro -literal- del consumismo exacerbado característico de los “festejos de fin de año”, que primero, nos apremia a comprar, adquirir, estrenar…y después nos demanda cambiar, renovar, actualizar…en una espiral absurda e inútil.
Incluso puede ser un buen incentivo también para moderar los justificados brindis, las copiosas cenas con sus esperados “recalentados”, en aras de no ganar peso y mantener la condición física.
Debo aclarar que nunca se sube dos veces a la misma montaña. Ya sea por la temporada del año (como en este caso, que corresponde al invierno); la ruta elegida; el número de acompañantes, si son conocidos o nuevos, etcétera, siempre será una experiencia única.
Tampoco es que descubra el hilo negro, pues bien decía el filósofo Heráclito: nadie se baña dos veces en el mismo río. Todo cambia y se transforma. Por tanto, la repetición o el aburrimiento tampoco aplican.
Se trata de disponer del tiempo (un auténtico lujo de nuestra era) para ir a la montaña. Planear la salida. Organizar al grupo de personas si es el caso. Revisar el equipo necesario, porque al subir “peso es dolor”.
Y es que, al igual que en la vida, en ocasiones acarreamos demasiadas cosas, muchas de las cuales resultan innecesarias y terminamos por llevarlas arrastrando, con lo que desperdiciamos energía y espacio para lo que realmente es indispensable.
Esta salida es diferente, porque durante el ascenso procuro hacer un recuento del año que concluyó. Reflexionó en lo que salió bien y lo que pudo resultar mejor; particularmente, en el aprendizaje que logré con cada vivencia. La nostalgia puede aparecer, tampoco la evito; tal vez aproveche para tomar un breve descanso y continuar.
Llegar a la cima me recuerda que todo lo que nos proponemos puede lograrse con tesón y paciencia. La fortuna de atestiguar el amanecer es un plus aparte. Cada uno asimila la cumbre, su cumbre, de manera singular. El descenso es fatiga, sí, pero también es la esperanza de un mejor porvenir.
Por cierto, la “cruda realidad” nos alcanzó muy pronto, pues la llegada del 2025 registró la primera contingencia ambiental, debido a la quema masiva de pirotecnia y fogatas desde la noche del 31 de diciembre y durante la madrugada del 1 de enero.
De acuerdo con información oficial, el año pasado se emitieron 12 emergencias originadas por la mala calidad del aire, de las cuales 8 ocurrieron en el periodo de enero a mayo; dicha cifra es la más alta en los últimos cinco años.
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