Las elecciones presidenciales de Estados Unidos, celebradas el martes 5 de noviembre de 2024 fueron las más monitoreadas de la historia no sólo por parte del pueblo norteamericano, sino del mundo entero. La razón, lo polarizante de los adversarios. Por una parte, del partido demócrata (y varios disidentes republicanos) la vicepresidenta Kamala Harris, quien tuvo que sustituir a un debilitado (física y políticamente) presidente Joe Biden en plena campaña y por otro, del partido republicano, superviviente de al menos tres intentos de asesinato, Donald Trump, quien después de permanecer 4 años fuera de la casa blanca intentaba regresar, y con ello la polémica y el estilo estridente que siempre lo ha caracterizado. El resultado dejó atónito a gran parte del globo, con 226 de los colegios electorales para los Harris y 312 para Donald Trump. No solo se hizo con la victoria, si no que arrasó con las expectativas (recordemos que para hacerse con la victoria es importante obtener 270 de 538 colegios electorales).
Dos de las circunstancias más llamativas que lograron esta victoria fue un apoyo imprevisto de la comunidad de latinos y del sector femenino, a pesar de ser de los sectores que Trump ha atacado sistemáticamente no solo en este ejercicio electoral, sino desde su primera administración en 2017. Por ejemplo, en el año 2020 Trump obtuvo 36% del voto masculino hispano contra 59% por parte de Biden, quien logró a la postre, la victoria. Sin embargo, en esta ocasión, las cifras del voto masculino de hispanos se invirtieron, 53% para Trump contra 45% de Harris (cabe hacer la observación que en ninguno de los casos la sumatoria da 100% ya que, en ninguna de las dos elecciones fueron los únicos candidatos, solo fueron los únicos candidatos con respaldo partidista.
Este nuevo capítulo del presidente Trump tendrá un poder simple y llanamente gigantesco y en esto han tenido mucho que ver el gran cambio político de los votantes. La primera administración de Trump fue a través de relativamente pocas personas clave que eran cercanas a él en ese momento, pero hoy, Trump llega con un séquito de personas completamente leales con su movimiento “Make America Great Again” (MAGA pa’ los compas). Perfiles tales como Thomas Douglas Homan, que se desempeñó durante la primera administración trumpista como director interino del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas y que hoy por hoy parece llamado a pilotar la política migratoria de la nueva administración, Robert Kennedy Jr., el magnate Elon Musk, Elbridge Colby,
considerado el arquitecto de la política exterior de Trump, el General Keith Kellog, su asesor en seguridad nacional, así como el nuevo ideólogo del trumpismo, el escritor, empresario y veterano del cuerpo de marina, J. D. Vance, quien será su vicepresidente. Todos inyectarán energía y estridencia a este segundo periodo presidencial ya que esta vez parece que llegan con ideas muy claras y un sentido de revanchismo muy marcado.
Es aquí donde el tema empieza a ponerse complicado para la relación bilateral México-EUA ya que todo apunta un cambio completo en la dinámica que en materia de política exterior se venía haciendo, dejando de preocuparse de lo que pasa lejos de Estados Unidos, por lo que se encuentra cerca y si afecta a ese país.
Si durante su primera presidencia, Trump puso de cabeza el orden diplomático que había mantenido Estados Unidos durante décadas, ahora su enfoque será más contundente. Empezando por Europa, la guerra Rusia-Ucrania, su relación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) porque la protección de Washington ya no será ilimitada como en el caso de la actual administración Biden. La migración, así como las acciones de los cárteles y la crisis de fentanilo, serán su principal ocupación.
Recordemos que al inicio de la administración Biden, la que fue asignada a la relación México-Estados Unidos en materia de seguridad fue directamente la ahora vicepresidenta Kamala Harris, pero rápidamente se vio opacada por los pocos resultados, por lo que fue relevada de esas tareas. En esta nueva etapa 2.0 de Trump, J. D. Vance, quien será su vicepresidente, es un convencido de lo ineficiente que ha sido México en materia de seguridad y cómo se ha desbordado la violencia desde la llegada de MORENA al poder, por lo que se une al grupo de fiscales, congresistas y senadores norteamericanos que buscan aplicar la Ley Libertad y poder intervenir militarmente a México. Es decir, no tener una intervención convencional donde un ejército llega a otro país para “invadirlo”, sino usar tecnología y miembros de las fuerzas especiales para hacer operaciones quirúrgicas en contra de los cárteles mexicanos a quienes tienen la franca intención de nombrar “grupos terroristas” para que, dentro del denominada “Ley Libertad” (Freedom Act) esto sea posible.
Esta victoria política imprime una presión extra a la recién iniciada administración de la presidenta Sheinbaum, ya que recibió un país sin estrategia coherente y funcional en materia de seguridad y quien ya propuso una estrategia que, aunque suena bien, carece de brazos operativos para poder llevarse a cabo. Quedó demostrado que los “abrazos y no balazos” solo agrandaron la severa crisis que ya se vivía (no lo digo yo, lo dicen los datos que el Estado Mexicano genera), un proyecto de Guardia Nacional que aún no se concreta pero que sí será de corte castrense. Policías locales debilitadas, una reforma judicial que causa burlas por organismos internacionales a nivel mundial y una Secretaría
de Seguridad Ciudadana y Protección Federal sin brazos operacionales hace al gobierno mexicano un objetivo importante para el presidente Trump y su equipo.
Con Genaro García Luna urgido de llegar a algún tipo de acuerdo para reducir su condena y dispuesto a dar información para que esto sea posible, un Ismael “El Mayo” Zambada sin nada que perder y a punto de destapar la cloaca de más de 4 décadas de impunidad entre el narco y el Estado Mexicano, donde muchas personas de todos los órdenes de gobierno y que hoy en día están en el movimiento político de la presidenta mexicana podrían salir a colación, nos da un norte de lo que vendrá.
Públicamente, ante las cámaras, se hablará de colaboración, de apoyo binacional en materia de seguridad. En sus primeras declaraciones post-proceso electoral, a la pregunta directa sobre su intención de bombardear a los cárteles en México, Trump aseguró que “los cárteles son quienes controlan el país” (refiriéndose a México). La verdad es que, debajo de la mesa, el deseo de revanchismo, así como resultados para los electores de Trump, hará que, de formas muy hostiles, quien ponga las reglas y las acciones las dicte Estados Unidos. Tienen una crisis de fentanilo que deben controlar, violencia que disminuir y solo hay un país a quien culpar… México.
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