Desde el inicio de este sexenio que está por terminar, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha reiterado que estamos frente al cambio de un régimen, que la transformación es una gesta similar a hechos históricos que están en la memoria de los mexicanos. Sin embargo, ¿qué debemos entender por régimen? ¿Cuáles son sus principales características? Y, de ser el caso, ¿por qué estamos frente a un cambio? No es evidente que, por la pedagogía desplegada en las mañaneras, muchos de estos cambios formen parte más de una narrativa que dé una explicación convincente. Veamos: si un régimen es un conjunto de interacciones principalmente entre los actores políticos que detentan el poder y permite caracterizar su uso a partir de los valores que los distinguen, podemos comenzar señalando que el principal cambio que anuncia el gobierno saliente es que antes se gobernaba de arriba hacia abajo y hoy son los de abajo los que gobiernan. Es una visión simplista que por sí sola no explica el fenómeno, así que tratemos de dar más elementos.

  1. El diccionario de la política del expresidente ecuatoriano Rodrigo Borja señala que el régimen es “la forma de ser del sistema político”. Es decir, mientras el sistema es un conjunto de instituciones, procedimientos y actores políticos, el régimen forma parte del sistema en cuanto a un conjunto de normas no necesariamente escritas que lo distinguen. Nuestro sistema político es presidencialista, pero, con matices: puede haber un presidencialismo autoritario, vertical y centralista, al igual que uno basado en el consenso y de modelo federalista. Ambos forman parte de la misma especie, pero se caracteriza por las formas o estilos personales de gobernar que tienen los políticos en el poder.
  2. Por lo que, sí hay un cambio en el régimen político. Pensemos al menos en dos conductas que tradicionalmente tuvo el PRI con los grupos de poder y contrastémoslas con el gobierno de la 4-Transformación. Por un lado, la disputa con los sindicatos y demás organizaciones de la sociedad civil prácticamente nunca fue reprimida a lo largo de un sexenio, y tampoco puede decirse que estas chantajearon al poder político como en su momento la Antorcha Campesina, lo hacía cotidianamente. Mismo hecho de la relación del Ejecutivo con los grandes dueños del capital, donde la interlocución entre estos grupos y el gobierno era más que evidente.
  3. La forma de articular la política del gobierno con sus grupos de apoyo también ha cambiado. Se pasó de los liderazgos locales que construyó el PRI a lo largo de todo el territorio nacional por décadas, a un modelo sin intermediarios, basado en programas de apoyo universal a beneficiarios identificados por los “Siervos de la Nación”.

Esa política podría parecer clientelar, pero como se demostró tanto con el PRI como con el PAN en el gobierno, gozar de padrones de beneficiarios no necesariamente garantiza que voten por el partido en el poder. Y aquí es donde esta forma de articulación política descansa en el liderazgo de AMLO, que es incomparable, al menos, en los últimos 30 años en el gobierno federal.

El cambio de régimen será más evidente en el gobierno de Claudia Sheinbaum que en el de Andrés Manuel López Obrador. La próxima presidenta demostrará si hay un verdadero cambio de régimen o solo una rotación de élites. Mientras no se corrijan la corrupción, el favoritismo y los negocios al amparo del poder público, no habrá un cambio real. Aunque ha habido cambios significativos, aún son insuficientes para transformar nuestro régimen político.

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