Los que conocen a nuestra presidenta Claudia Sheinbaum desde su juventud, no dudan en calificarla como una funcionaria excepcionalmente disciplinada, lo que se traduce en un pensamiento eficaz y tan directo, que, en un ambiente político tan acostumbrado a las frases rimbombantes o parábolas verbales de nuestros políticos tradicionales, a muchos les resulta ríspido. Su formación universitaria es robusta, así como su trayectoria en el gobierno, lo que hace una diferencia enorme con su predecesor, tal condición la lleva a ceñirse al programa que dejó enmarcado bajo el concepto de la 4T y que ella ha asumido bajo los 100 compromisos de su gobierno. No es necesario esperar más tiempo para advertir que el suyo, será un estilo de gobierno inflexible frente a sus prioridades y todo lo someterá al programa. Esa será su divisa y no la cambiara por dos razones centrales y solo una contingencia tiene en el corto plazo, que, de resolverse asertivamente, habrá diseñado un proyecto sin contratiempos para la primera mitad de su gobierno.
La primera razón parece evidente; goza de una mayoría parlamentaria para hacer por sí misma, reformas constitucionales como ningún presidente había conseguido desde hace casi 40 años. Tal condición le permitiría impulsar las políticas públicas que ha definido sin consultar ni negociar con ninguna otra fuerza política, que en los hechos resulta inédito en el México moderno. En este sentido, los principales opinadores y comunicadores simplemente no están acostumbrados a ser tan ignorados por los políticos en el poder, que simplemente no saben cómo interpretar esta nueva condición política en el país y no dudan en calificarla como una “regresión autoritaria”, como recientemente lo ha escrito Jacquelin Peschard, para ella como para casi todos los intelectuales que impulsaron el modelo de democracia liberal en los últimos años, lo que hoy sucede es inadmisible. Sin embargo, habría que decir que se trata de otro modelo de democracia, por ello, como apunta Chantal Mouffe, los impulsores del liberalismo pensaron que los problemas de la democracia podrían resolverse siempre mediante el diálogo y el acuerdo, no obstante ,“la democracia radical” asume que el conflicto es inherente en nuestras sociedades y en esta nueva lucha adversarial, lo político se reduce a una disputa por establecer una nueva hegemonía y sólo quien obtenga la mayoría podrá realizar esa “revolución pacífica” a la que aluden sus panegiristas. La generación en el poder reconoce este escenario y adopta el ejercicio del poder sin concesiones.
La segunda razón proviene del perfil político de la Presidenta Sheinbaum, quien se asume como una líder con enorme potencial para abrirse camino en un mundo dominado por los hombres. No sólo por su condición de mujer, sino porque México podría capitalizar el neoshoring y crecer dentro de las economías más ricas del mundo, con el único programa social que se aleja tajantemente del modelo neoliberal. El reconocimiento que ha logrado Nayib Bukele en su arriesgado modelo de gobierno en El Salvador, radica en buena medida por la combinación de una alianza estratégica con el gigante chino y el impulso a la modernización del aparato público centrado en resolver los problemas de inseguridad con atingencia y un alto rendimiento electoral. Nuestra presidenta sabe que el impulso a la economía social traerá rendimientos electorales y ahora debe combinarla con la llegada de nuevos capitales que impulsen su programa de gobierno sin contratiempos, que no están exentos pero que podrían evitar una reforma fiscal que emerge en el horizonte como la vía más práctica para garantizar recursos suficientes en lo que el petróleo le vuelve a dotar de divisas frescas al país. Se presume, que la reforma fiscal le daría mucho dinero, pero dicho esquema le haría perder votos otorgando a la oposición el impulso del que hoy carece.
El único contratiempo que se avecina, justamente proviene de la combinación de dichos escenarios en un plano negativo; una recesión en Estados Unidos que nos arrastre por varios meses limitando el ejercicio creciente del gasto público en los programas sociales y la impostergable revisión del tratado de libre comercio previsto en dos años, adicionalmente, los indicadores macroeconómicos están sostenidos con alfileres, pues el déficit fiscal creció de la mano de la deuda externa y la baja inversión en infraestructura social. La 4T avanza con dureza en su programa, porque sabe que lo que conlleva el cisne negro (un futuro indeseable, pero que sucede irremediablemente), el cual aparece cuando menos se le espera.
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