Históricamente el discurso político constituye una de las principales herramientas que tiene el político y la política para persuadir, sean en el sentido constructivo e incluso en el demoledor. Se trata no solo de las palabras y mucho menos de un texto, el discurso se convierte -en esta era de la comunicación instantánea- en el puente entre emociones, ideología y polarización afectiva. Para nadie es una sorpresa que cuando se habla de polarización se intuya de inmediato dos extremos y, luego, ya sea mediante un proceso racional o emocional nos identifiquemos con alguno, para luego reducir el conflicto entre ellos y nosotros.

Es un error decir que la polarización inicio con el triunfo de morena. No, la ruptura se puede identificar al menos desde 1982-1983 cuando el priismo hegemónico se dividió entre tecnócratas/neoliberales vs políticos profesionales, esa reyerta comenzó con la definición de incorporarnos a la globalización a través de la GATT o la preservación del concepto de soberanía auspiciado bajo el nacionalismo revolucionario. Como ya lo he señalado en otras veces, la ruptura se observa en el texto clásico de Rolando Cordera y Carlos Tello; “La Disputa por la Nación”, que luego se materializo con la movilización posterior a los sismos del 85’, la creación de la “corriente democrática” dentro del PRI para disputar la candidatura a la presidencia, entre esas dos expresiones ya descritas, que resolvió en favor de los primeros, el triunfo de Carlos Salinas de Gortari. Esa ruptura fue dirigida por una pléyade de actores políticos encabezados por Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas, Enrique Gonzales Pedrero, y algunos otros más, que rompen con el priiato y forman el Frente Democrático Nacional que fue la semilla de lo que hoy es morena.

Esa ruptura proviene de un modelo de gobierno caracterizado por el pensamiento único que impulsaba la economía de mercado y que se instauro en todas las democracias liberales de la época, por la presión y los acuerdos de Organismos Internacionales. El mal llamado Neoliberalismo agrupó diversos fenómenos que le dieron identidad al grupo gobernante bajo la idea de la meritocracia y la prevalencia de los datos macroeconómicos. Por su parte, ese grupo derrotado al interior del PRI, logró mejores acomodos por fuera, para constituir una nueva corriente que siendo pragmática recogió agravios y descontentos acumulados por muchos años, hasta que Andrés Manuel López Obrador “llenó de contenidos” esos sentimientos dispersos en la sociedad mexicana y los agrupó bajo una narrativa populista: Ellos (Las elites, la mafia en el poder, los muchachones, el PRIAN, los Fifís y los aspiracionistas) suplantaron la identidad nacional, provocaron la mayor desigualdad en la historia y construyeron una cultura de privilegios a su alrededor, mientras que Nosotros (el pueblo -una comunidad variopinta y construida bajo el apotegma cristiano de recibir a todos si juraban no mentir, no robar y no traicionar -, los oprimidos, los pobres, los agraviados) hemos sufrido las consecuencias y de ahí que “por el bien de todos, primero los pobres”. Esta fue la narrativa que llevo al poder a la 4ta transformación.

Contextualizado el momento actual, es más fácil comprender en que consiste la lucha adversaria (agonismo) que presenciamos cotidianamente, estamos frente a la disputa por una nueva hegemonía que es profunda y al mismo tiempo vieja conocida; el futuro es volver al nacionalismo revolucionario remasterizado bajo el discurso de un gobierno de izquierda.

Un pseudo progresismo que no toca los factores reales del poder económico y que tampoco define el campo ideológico bajo el cual se conduce al gobierno. Consolida, eso sí, el campo semántico heredado del Obradorismo, su eficacia gubernamental que robustece con la misma narrativa las poderosas bases de apoyo que lo sostienen. En este episodio, el grupo en el poder no dará concesiones ni está dispuesto a negociar, pues la fuerza de los votos los asiste, y esa, es la realidad concreta.

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