Hace un año, la UAM publicó un texto que no tiene desperdicio para comprender la lógica de los episodios que nos ha tocado atestiguar con el cambio de gobierno (y quizá desde antes) y que ponen en duda la viabilidad operativa de la oposición, primero porque su matriz ideológica se desdibujó por la disputa de un centro imaginario que propició la implantación del neoliberalismo en todo el mundo y segundo, porque carentes de liderazgos o referentes partidarios formados al amparo del modelo adversarial que impuso Andrés Manuel López Obrador desde el 2005 con el desafuero y luego con el 2006 con el plantón en Reforma, le permitieron por largos 12 años llenar de contenidos lo que Ernesto Laclau denominó; “los significantes vacíos”, en esa obra fundamental para comprender la raíz del momento actual: la razón populista.

Par continuar con esta saga, la UAM publicó hace un año: “Hegemonía y 4T. Un debate Gramsciano”, un libro en que participan diversos autores para explicar esa disputa por la hegemonía, no la electoral con la que solemos confundirnos, sino con una más de corte de filosofía política al estilo marxista. En dicho texto, disponible en la red (), se puede leer:

“La oposición no cuenta con los recursos informativos, intelectuales, humanos, logísticos y financieros a disposición de los ocupantes del Ejecutivo. Un partido que gana la presidencia echa mano a recursos humanos y logísticos de las secretarías, institutos, procuradurías, administración tributaria, fideicomisos, bancos de desarrollo, empresas estatales y fondos sectoriales. La tarea de esas instancias es traducir las propuestas de un partido o coalición victoriosa en programas a partir de las ideas fuerza desarrolladas durante la campaña electoral. Pero para ello hay que contar con esas ideas, que serían un esbozo de una contrahegemonía. Morena y López Obrador las tuvieron en 2018: eran el combate a la corrupción y la priorización de las necesidades de los más pobres. Ambas fueron el esbozo de un proyecto hegemónico”. (Arditi;288)

El texto pone en evidencia, no sólo el extravío ideológico y programático de la oposición partidaria en nuestro país, sino que además lo advierte con claridad, el propio Arditi. “La 4T fue más la gubernamentalización de un estado de ánimo que una hegemonía exitosa. Echó mano a los recursos del gobierno para convertir ese estado de ánimo en políticas públicas. Mientras eso ocurría, ¿qué hizo la oposición? Una manera de responder fue indagar más acerca del desgano o incluso la incapacidad de sus partidos para ofrecer algo que pudiera responder a las expectativas del electorado y con ello competir con la 4T. Se empantana en su zona de confort, la de declaraciones airadas acerca del carácter negativo del rumbo del país”, fin de la cita, y de ahí no ha salido. Carente de rumbo, la oposición partidaria a morena tendrá que esperar la llegada del Cisne Negro al que tanto aluden los empresarios y economistas alineados al mercado o al recambio generacional, que tardara al menos unos 10 años más, tiempo en el que quizá Claudia Sheinbaum, nuestra Presidenta, logre construir las bases sólidas de una nueva hegemonía política.

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