La comunicación política es instantánea, volátil y, con frecuencia, está mediada por actores que la manipulan a su conveniencia. Por ello, el uso de redes sociales ha sido tan exitoso, ya que permite llegar directamente al consumidor sin esos intermediarios "molestos". Sin embargo, ese activismo digital que hoy regula la comunicación política también tiene sus límites y fenómenos indeseables. A la creciente desconfianza social en las instituciones públicas, los gobiernos y los partidos políticos, hay que sumarle el descontento generado por el fracaso de la representación política. Por esta razón, hoy es cada vez más frecuente apelar a la democracia directa para evitar cualquier tipo de intermediación entre quien gobierna o decide y esa masa amorfa denominada en singular "pueblo".
Ludwig Wittgenstein, el gran pensador austriaco, escribió hace más de un siglo: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Con esto advertía sobre la importancia de aprender más y comunicarnos de manera asertiva. No obstante, a casi 100 años de su propuesta, el lenguaje se ha deteriorado debido a la simplificación impuesta por la comunicación digital. Esta recurre a símbolos, palabras abreviadas e ideogramas que sustituyen el lenguaje tradicional, con expresiones que van desde grabar mensajes de voz en lugar de hablar directamente con el interlocutor, hasta el uso de emojis para representar estados de ánimo. Estas herramientas simplifican la comunicación y crean nuevos códigos en una generación que posee teléfonos más inteligentes, pero que ha perdido el hábito de la conversación directa, como lo hacían sus padres o abuelos. En apenas 30 años, hemos dejado de hablar con la misma frecuencia y nos dirigimos a los demás con un nuevo lenguaje que ha reducido el uso de las palabras y empobrecido el lenguaje tradicional. No sé si esto sea mejor o peor, pero sí pone de manifiesto que la sociedad digital necesita nuevas formas o nuevos lenguajes.
Las emociones, o mejor dicho, su gestión, obligan a las instituciones públicas, los gobiernos y los políticos a dirigirse a múltiples auditorios con un lenguaje claro y directo. Este debe estar acompañado de estrategias comunicacionales que muestren al orador como alguien que siente, lo que lo humaniza o lo hace vulnerable, al igual que nosotros, "el pueblo". Hoy se exige de los políticos "humildad" y sencillez, por encima de sus habilidades técnicas o experiencia política. Por eso, la Presidenta con A se convierte en una científica que pide actuar con la cabeza fría y con disciplina en el gobierno, pero que sonríe cuando baila música tradicional con los niños en un evento público, humanizándose y suavizando su proverbial gesto adusto. Del mismo modo, la gobernadora Delfina Gómez no necesita una oratoria desbordante, pues sus gestos y actitudes se traducen en "el poder de servir", un apotegma que le permite actuar como realmente es: sencilla y cercana a la gente.
Se trata de una nueva forma de articular lo político y, mediante una adecuada gestión de emociones, transmitir los valores que el gobierno desea compartir sin intermediarios ni discursos ininteligibles para "el pueblo". El objetivo es desplazar a los tecnócratas del poder y su predominio sobre el lenguaje político. No será fácil ni rápido, pero eso busca la 4T: establecer una nueva hegemonía en las muchas arenas de lo político.
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