Baruch Spinoza, el célebre filósofo holandés, vivió una peripecia marcada por graves conflictos con el status quo, al intentar explicar por qué el Estado, la religión y sus diversas iglesias podían estar —o no— de acuerdo con el pensamiento individual.
En el prólogo escrito por Atilano Domínguez Básalo al Tratado teológico-político del citado autor, se puede leer:
El argumento central del tratado es el siguiente: si la religión deja al individuo plena libertad de pensamiento, el Estado debe concederle igualmente plena libertad de expresión. Los verdaderos enemigos del Estado spinoziano son la tiranía —que casi le resulta inimaginable, por inhumana— y el sectarismo.
La misión de la autoridad suprema es que los hombres, arrastrados por pasiones contrapuestas, se dejen guiar por la razón, es decir, por la ley suprema de la común utilidad.
El Estado se mantendrá siempre que converjan la utilidad de los súbditos y la suya propia. Pues la utilidad es la norma suprema de los individuos y de los Estados; pero la suprema utilidad es la de los súbditos.
Si, por otra parte, identifican la común utilidad con la de una secta (hoy diríamos partido), con la que intelectualmente simpatizan, provocarán las iras de las personas más nobles y las discordias sociales que conducirán igualmente al caos.
Nada combate Spinoza con más dureza que el sectarismo intelectual en la política, y la experiencia demuestra que nada es más pernicioso y difícil de evitar. Hasta aquí la cita.
La historia nos demuestra que el sectarismo puede confundir tanto los principios de corte religioso como las razones equivocadas del Estado, siempre que coincidan con las de sus principales difusores: los intelectuales orgánicos, quienes se encargan de alimentar dicho sectarismo y de excluir el debate de la suma potestas que menciona la obra.
Todo ello sucede sin una voluntad expresa, ni del gobernante en turno ni del mal llamado “pueblo”, pues como sabemos, tal expresión solo puede ser plural y, por tanto, no admite una sola visión —por más grande que sea el grupo que la sostenga o siga.
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