Se han ido 363 días de este año y faltan unos pocos para comenzar el 2025. No sé cómo se lo toman ustedes, pero en mi caso, estoy muy contento de terminarlo, y no porque haya sido malo, no, no me malinterpreten. Es más bien con ese sentimiento de haber hecho bien las cosas y de haberme enfrentado a muchas otras que no imaginé cruzarme en el camino.

Durante este año (y seguramente también les ocurrió a ustedes) viví muchos contrastes: cambié de trabajo con la incertidumbre de la decisión y el abandono del ambiente familiar, conocí mucha gente nueva y también sufrí algunas pérdidas, escuché bastante música nueva, pero mi cuota de libros decreció considerablemente, amé mucho y comencé esta columna que ahora escribo a una mano debido a una fractura en el nudillo derecho; entre muchas cosas más.

Ante esta serie de acontecimientos, no puedo estar más que agradecido y pensar en lo que se avecina en el 2025. Y por eso, creo yo, es necesario celebrar y disfrutar de lo acontecido en estos doce meses que ya son historia.

Fue en 1582 cuando el Papa Gregorio XIII estipuló, a través de la bula Inter Gravissimas, que el primer día de enero sería considerado como el inicio del año, estableciendo su duración en 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos. No obstante, también debemos mencionar que, antiguamente, otras civilizaciones celebraban de forma distinta y en fechas diversas su inicio de año.

No entraré en detalles de los rituales o hábitos que varían de persona a persona, creencias y familias. Hay que exprimir la Nochevieja, pasando la vigilia de fiesta con alegría y esperanza. Que nuestros propósitos incluyan una buena charla, una lectura chévere y una persona especial a quien podamos tomar de la mano mientras resuenan las doce campanadas.

Por las oportunidades y los desafíos: ¡Que cada quien celebre como le guste!

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