El día de ayer caminaba por el centro de la ciudad de Toluca mientras iba a cambiar la pila de mi reloj a los clásicos “portales” y reparé en el gusto y la felicidad que me produce pararme frente a un puesto de periódicos y ver toda la variedad de productos que ofrecen actualmente y que, con el tiempo, se han diversificado.
Más allá de los periódicos impresos que resisten los embates de la era digital (ojo, pueden tener su edición en línea, pero existe aún mucha gente que los compra en físico) podemos ver calendarios, las clásicas sopas de letras, refrigeradores con bebidas frías, carritos de colección, botanas, dulces y revistas de todo tipo, que van desde las picantes hasta las que enseñan punto de cruz.
Lo que me sorprende es que, a pesar del tiempo, estos puestos son un universo en sí mismos y han resistido el paso del tiempo. Me explico: hace años (digamos unos 30 o 40) cuando no podías ver o leer todo a través de internet o irte a parar horas a hojear libros y revistas a la tienda del tecolotito, debías hacer presencia en estos puestos para poder comprar tu revista, el periódico (y ver, entre otras cosas, la cartelera del cine) o los cómics en pequeño formato que llegaban a ese bendito lugar y que, si tenías mucha suerte y más labia, te hacías amigo del dependiente, lo que te aseguraba un ejemplar de aquello que estabas ávido de leer.
Recuerdo que mi abuelo Benjamín iba con santa paciencia, y sin faltar a la cita cada semana, al puesto de periódicos frente al Calvario de Toluca para obtener su Libro Vaquero, lectura de bolsillo que, descubrí, lo hacía muy feliz. Así, mi abuelo cambiaba los ejemplares que iba leyendo por los nuevos sin tener que comprar uno cada semana y aunque esa rutina ahorraba espacio y era muy cómodo, ahora que lo pienso hubiera sido increíble poder gozar de esa colección.
Por cierto, es un hecho que se ganó una mala fama entre las buenas conciencias, debido a las imágenes y escenas sensuales que formaban parte de las historias. El Libro Vaquero es una institución: el primer ejemplar apareció en 1978, publicado por Novedades Editores y la autoría de Mario de la Torre, que era bien conocido por escribir radionovelas. Su bajo costo, las historias de amor, intriga y acción, además de su formato de bolsillo, le valieron una enorme popularidad que se reflejó en un tiraje que llegó a tener 1.5 millones de ejemplares semanales.
Con el tiempo HEVI Editores se hizo con la licencia y le dieron nueva vida, invitando a escritores famosos para encargarse de las historias. Cosa parecida vivió, por cierto, Kalimán. El personaje creado por Modesto Vázquez en 1963, tuvo un lanzamiento hace poco en Editorial Kamite con la reedición de sus aventuras y origen. Kalimán tuvo una versión en radio (cómo olvidar aquella intro maravillosa: “caballero con los hombres, galante con las mujeres, tierno con los niños, ¡implacable con los malvados!…”) y más tarde, en 1965, aterrizaron sus aventuras en cómic, acompañado siempre de su fiel Solín.
Reproduzcan aquí “Solín” de la Maldita Vecindad, una canción bien chévere sobre José, un cuasi Alonso Quijano que, tras leer los cómics de este súper héroe, decide convertirse en un gran faquir. La rola es parte de El Circo, obra maestra de la banda mexicana.
De pequeño compraba Memín Pinguín (seguro entre los lectores hay alguien como yo que siempre le dijo “pingüín”), La pequeña Lulú, Tom y Jerry, La familia burrón y unos años más tarde Club Nintendo. Ahora los visito para adquirir libros por entregas (Novelas inolvidables, por mencionar alguna), colecciones de figuras armables, y por supuesto, la edición dominical de este respetable rotativo.
Y ustedes: ¿aún visitan los puestos de periódicos y revistas?
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