En noviembre de 1887, en Reino Unido, se vendía por un chelín un número más de la revista Beeton's Christmas Annual que, en su portada, anunciaba con bombo y platillo la obra "Estudio en Escarlata", primera aparición de Sherlock Holmes y el Doctor John Watson, inquilinos del 221B de Baker Street quienes a la postre, se convertirían no sólo en amigos inseparables de aventuras sino también en personajes icónicos de la cultura popular, ayudando a encumbrar la fama de su creador, el buen Arthur Conan Doyle.

Cabe señalar que el poder y la importancia de la observación, la lógica y la deducción de Holmes, proviene de años atrás cuando un joven Arthur realizó sus estudios de medicina en la Universidad de Edimburgo. Ahí conoció al profesor Joseph Bell, una eminencia del campus, que serviría de inspiración. Por cierto, en este lugar también trabó amistad con Robert Louis Stevenson y James Mathew Barrie, padres literarios de Jekyll/Hyde y Peter Pan, respectivamente.

Aunque todos conocemos esta faceta de Doyle, hoy quiero contarles sobre una que es generalmente desconocida, y en la que este ilustre personaje era experto. Me refiero a las ciencias ocultas.

Pues bien, resulta que Arthur era un amante de lo paranormal, el espiritismo y los fenómenos psíquicos. A la par de sus aventuras literarias, escribía para Light, revista de la London Spiritualistic Alliance y se unió a la Society for Psychical Research en 1893.

Acá se viene una anécdota interesante y a la vez triste, entre Doyle y uno de sus mejores amigos: Harry Houdini. Ellos se conocieron alrededor de 1920, cuando el gran ilusionista se oponía ferozmente al movimiento espiritista de la época y asistía regularmente a las sesiones para desenmascarar a los fraudulentos médiums que participaban en ellas.

Por el contrario, Doyle apoyaba y organizaba dichas sesiones, convencido de la existencia de los espíritus y la vida ultraterrena. Aquí debemos mencionar el caso de Las Hadas de Cottingley, una serie de fotografías tomadas por Elsie Wright y Frances Griffith en los bosques de la región de West Yorkshire en las que se podían ver hadas en un par de instantáneas que las primas habían revelado. Doyle quedó asombrado por ellas y escribió un artículo en The Strand Magazine e incluso contactó a la familia. Irónicamente, años más tarde, ambas admitieron la falsedad de las fotografías.

Así pues, la tozudez de Doyle y la firme convicción de Houdini terminó por separarlos hasta su muerte. El mago, consciente de que tratarían de disuadir a su esposa de contactarlo en el más allá, le dijo que si alguna vez regresaba en forma de espíritu le diría las palabras: Rosabelle believe. Obviamente, ella nunca las escuchó.

Por su parte, Doyle pasó los últimos años de su existencia tratando de convencer a más gente sobre la vida después de la muerte, amparando sus creencias poco convencionales y recibiendo insultos y bromas por su "inocencia" al defenderlas.

Si les interesa el tema, les recomiendo "Sherlock Holmes contra Houdini. Arthur Conan Doyle, Houdini y el mundo de los espíritus" de Editorial La Felguera y "El Caso de la Fotografía de Espíritus" de Arthur Conan Doyle, publicado por la editorial Wunderkammer.

Por cierto, ¿creen en las coincidencias? En 1926, la reina del crimen, Agatha Christie desapareció por once días. Su auto fue encontrado en Newlands Corner, cerca de un lago, con sus pertenencias intactas y restos de sangre en el interior. La policía a falta de pistas buscó a Conan Doyle quien, armado con un guante de Agatha, visitó al médium Horace Leaf. Su respuesta fue clara y concisa: "no debían preocuparse pues en cosa de tres días volvería sana y salva." Y así fue.

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