En el 2019, hace unos cuantos ayeres, en un artículo publicado por el diario español ABC, en su sección de cultura, retomaban al peruano Vargas Llosa (que recién entregó la salea al divino Curtidor) cuando señalaba que la literatura servía para formar a las personas y hacerles buenos ciudadanos. Andrés Ibáñez, el autor de dicho texto, replicaba de la siguiente manera:
“Pero ¿qué es esto, exactamente? ¿Una broma? Lea usted a Pushkin y a Pío Baroja y ya verá cómo empieza a desear reciclar el plástico y el papel y a leer el periódico todos los días para estar bien informado. Lea usted a Haruki Murakami y a Borges y ya verá, inmediatamente empezará a sentirse una persona mucho más cívica, respetará los semáforos y firmará peticiones de Change.org. Es imposible que estas cosas se digan en serio”.
¿Y saben qué? No sé ustedes, pero yo creo que tiene mucha razón. A nada de celebrar el Día Internacional del Libro, quienes estamos cercanos a la cultura y a la difusión de la lectura debemos ser conscientes de los retos a los que nos enfrentamos al buscar nuevas formas de transmitir esta experiencia íntima y reveladora, que exige tiempo de concentración y quietud, momentos inusuales en este mundo que mete pie al acelerador a cada segundo.
De entrada, debemos derribar prejuicios y terminar con el pensamiento de que la literatura es algo serio, solemne y elevado, un ejercicio propio de snobs e intelectuales. Para sembrar el amor y la curiosidad genuina por la lectura, debemos cuidar y pensar en que los textos que recomendemos sean atractivos, buscar géneros que atrapen o que, incluso, permitan a los lectores sentirse identificados con lo que leen, que sus letras les vuelen la cabeza. Hay que encontrar el libro adecuado y dejarnos llevar.
No cabe duda de que leer es un acto de fe: somos partícipes de un mundo inventado, una historia construida con palabras que, a su vez, recrea situaciones, sensaciones, ambientes, personajes, conflictos. Creemos en lo que leemos gracias a nuestra capacidad de asombro.
Si pensamos en el poco tiempo que la vida nos deja para la lectura, es necesario subrayar que, si un libro no nos gusta o atrapa, lo dejemos de lado sin importar quién nos lo haya recomendado. Decía mi abuelita: “¡Es tan poco el amor para desperdiciarlo en celos!”. Esto les ahorrará mucho tiempo y dinero, créanme. Por ello, es recomendable tender redes con amigos, conocidos, personas afines en quien confiemos y podamos compartir los libros que nos gustan, al igual que lo hacemos con series, canciones, memes, incluso.
Recordemos también que leer es una actividad individual y voluntaria. Solitaria, incluso. Por eso, elijamos libros que nos obliguen a detenernos, a reflexionar, a preguntarnos… Es cuestión de buscar un género favorito, algún autor, una editorial o los temas que nos interesan para adentrarnos en un mundo interminable de lecturas que nos llevarán por un jardín de senderos que se bifurcan al infinito.
Si son gentes de buena voluntad, armados de paciencia y con un buen círculo de amigos, siempre pueden organizar un intercambio de libracos para festejar el 23 de abril. Sí, por otro lado, son lobos solitarios, pueden acudir a su librería favorita y darse el tiempo para pasear entre sus estantes repletos de libros y escoger el que más les llame su atención o aquel al que le tienen bastantes ganas para, de una vez, tacharlo de su lista de “futuras compras”.
Transmitir el placer por la lectura es una tarea durísima, repleta de obstáculos, reservada para los más optimistas. No importa si leen en digital o son de aquellos románticos empedernidos que aún toman un libro entre sus manos, les deseo a todos ustedes que tengan felices y largas lecturas.
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