Con frecuencia se escucha que “todo cambio viene bien, en tanto sirve para que las cosas mejoren”. El devenir, el movimiento o el cambio en el mundo es perenne. Heráclito de Éfeso, hace más de 2,400 años nos legó entre sus exquisitos y profundos aforismos dialécticos y materialistas los siguientes: “Todo cambia; nada es. Son distintas las aguas que cubren a los que entran al mismo río”. El cambio es inevitable. Ha de estar más allá de nuestras pretensiones e ilusiones detener el devenir.
Pero no es menos cierto que cuando las personas entran a tomar el timón (o una parte de la conducción) de alguna empresa, gobierno u organización, pueden sobrevenir minúsculos o gigantescos errores, debido al desconocimiento que provoca no haber estado nunca en ese puesto o en esa posición de mando.
Es cierto que hay quienes tienen la prudencia de preguntar cómo se han realizado determinadas actividades o procesos, para no detener el funcionamiento de esa institución o espacio laboral. Luego, se toman un tiempo razonable para ver cómo pueden mejorar o innovar aquello que se ha realizado durante los últimos tiempos. Otros más, en cuanto arriban al cargo, sin un ápice de conocimiento sobre las repercusiones que provocarán sus anodinas ocurrencias, desean imprimir “su propio sello”, coloreándolo de sinsabores, retrasos o de virajes caóticos para la organización.
Algunos teóricos señalan que este tipo de fenómenos hay que inscribirlos dentro de los efectos o problemas “blandos” que acarrean los cambios que arriban a los gobiernos, los partidos políticos, las empresas, instituciones (incluidas las educativas) o las organizaciones en general. El término “blando” alude a las [in]capacidades, [des]conocimientos, [in]habilidades, ideas, creencias, prejuicios, filias, fobias, [des]entendimiento que podemos tener al ocupar un determinado puesto o función que, meritoria o fortuitamente ha llegado a nuestra existencia. Es decir, lo blando, lo suave, en oposición al conjunto de aspectos “duros”, como la maquinaria, el terreno, la infraestructura, los servicios públicos, el mobiliario, el dinero, la conectividad a internet y los edificios, ya que también constituyen los espacios de trabajo.
Esos aspectos “blandos”, muchas ocasiones tienden a provocar beneficios o perjuicios en cada sitio ocupacional. Pocas veces son percibidos o reconocidos los destrozos o averías que provocan las decisiones “blandas” en diversos campos laborales. Cuando estas estrepitosas fallas salen a la luz, inmediatamente se vomita la oronda expresión: “estamos en nuestra curva de aprendizaje”. Peor aún, “sí fue un descuido, pero fue un error humano”. Lamentablemente y sin el menor rubor, muchas personas circulan en la órbita de la pestífera ocurrencia y el error.
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