Más allá de las cifras, que danzarán de un lado hacia otro, según convenga, el asunto es aquello que no se quiere reconocer. Desde el campo de la semiótica o de la semiología (según cada escuela), especialistas como Ferdinand de Saussure, Charles Sanders Peirce o Umberto Eco advirtieron que el signo es aquello que está en lugar de otra cosa o que está reemplazando algún suceso o fenómeno.
El verbo “desaparecer” alude al sustantivo abstracto desaparición. También opera como sustantivo o adjetivo, cuando se habla de “desaparecido” o “desaparecida”. El inconveniente de este término –que está en lugar de otra cosa—es que no tiene relación con alguna capacidad o función que puedan realizar los seres vivos y, por extensión, nosotros como humanos.
Mientras existimos en el mundo físico, ninguna persona puede esfumarse, evaporarse, disolverse en el aire para luego, “aparecer”. Detrás de la perniciosa “desaparición”, existe una trampa. En el fondo, se quiere emular a los trucos de los magos. Mientras estos hacen maniobras para que nuestra mirada se dirija hacia una zona, el prestidigitador está operando para hacernos creer que, de la nada, ha surgido una rosa, un conejo, un auto o que, una persona “mutilada” con una sierra segundos antes, ha resucitado y nos sonríe coqueta. Es decir, emplea una maquinaria engañosa para tratar de convencernos acerca de sus dotes suprahumanas.
La jerga jurídica, aparte de tener vocación por los términos anacrónicos, canónicos, oscuros y taimados, históricamente ha servido para proteger al patriarcado y también a la élite en el poder. ¿Por qué se habla de desaparecidos o desaparecidas? El propósito genuino de ese signo es camuflar o enmascarar delitos de los que no se quiere hablar.
En vez de usar “desaparición” o “personas desaparecidas” hay signos lingüísticos o expresiones más fidedignas. Lo importante es que den cuenta de nuestra condición humana. Por ejemplo, es posible que de una persona “se desconozca su paradero”; que haya salido a una fiesta y que nada se sepa; que haya huido con el amor de su vida. Pero no “aparece” o “desaparece”, por arte de magia.
En otros casos, las hipótesis o los registros podrían versar en torno a: “se presume que huyó”; que abandonó su hogar; que emigró; quizá le secuestraron; podría estar retenido(a) contra su voluntad; sufrió un accidente; podría estar a la espera de atención en algún hospital público; quizá estar preso; cooptado o recluido por los carteles o por la delincuencia organizada; quizá le secuestraron para extorsionar a su familia; tal vez le han obligado a prostituirse; quizá le han asesinado y enterrado en alguna fosa clandestina, etc.
Estas u otras condiciones de vida, de lastimosa transición o de muerte, han sido subsumidas tramposamente en “desaparecido” o desaparición forzada. Cuando las usamos o repetimos, favorecemos la trampa y el encubrimiento.
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