Coincidí con Jaime Collazo en 1983. Él ya había comenzado a echar raíces en la Facultad de Humanidades de la UAEMéx, impartiendo clases de historia. Se había integrado a un grupo de docentes que deseaban reestructurar el plan de estudios de la Licenciatura en Historia. Ese proyecto era liderado por María Eugenia Rodríguez Parra.
La diosa fortuna quiso que me asignaran a ese proyecto. Yo laboraba para el Centro de Servicios Educativos de nuestra institución auriverde. La tarea era impartirles un curso sobre evaluación curricular, con miras a dicha reestructuración. Mi relación con Jaime Collazo pronto buceó, como diría Aristóteles, en la amistad virtuosa. Cultivamos ese vínculo por décadas. A media jornada, él solía prepararse un cigarrillo con buen tabaco y papel de liar. Un día, sin más, dejó de fumar.
Él poseía los más altos estándares para incentivar el aprendizaje en sus estudiantes. Su pasión por la teoría de la historia, por la historia universal, por la historia contemporánea y por la historia latinoamericana, amalgamaron su obra docente. Obtuvo su doctorado en Estudios Latinoamericanos. Entre otros libros, publicó Teoría del Conocimiento Histórico y Antecedentes de la Guerra del Paraguay.
Jaime era un extraordinario conversador, sus palabras descendían y se columpiaban en su larga y cuidada barba. Disfruté mucho de sus amenas charlas. Era un lector incombustible, tenía una selecta biblioteca. En libreros confeccionados por él, yacían joyas de los campos que trabajaba, también obras literarias y otras más de cine.
En tanto de origen uruguayo, a Jaime Collazo le gustaba el vino tinto, el asado, saborear platillos a base de pasta y, solía prepararse un postre machacando con un tendedor un plátano muy maduro, al que enseguida añadía algo de vino tinto y unas pizcas de azúcar. Mi amigo disfrutaba intervenir sus libros; solía dejar constancia de que su aguda mirada había pasado por allí, pues se apreciaban sus cuidadosos subrayados con tinta roja o azul. Era claro que sus alegres ojos color celeste se habían detenido en diversos pasajes.
Nuestros destinos nos apartaron, pero nunca dejamos de saber uno del otro. Hace poco tiempo la vida me dio un obsequio existencial: en la Licenciatura en Comunicación tuve como alumno a Santiago Collazo Cabrera, uno de sus talentosos y entrañables hijos. Esa sincronía me volvió a enlazar espiritualmente con Jaime.
Tras acumular más de tres décadas de luminosa docencia, decidió jubilarse. Tiempo después recibió un homenaje, magníficamente organizado por la Facultad de Humanidades, espacio académico que le arropó. El pasado 31 de octubre, a los 85 años, Jaime Collazo Odriozola partió a la nada. Jaime dejó una huella indeleble en sus estudiantes y en muchos de nosotros. ¡Hasta siempre, querido Jaime! Gracias por tu legado.
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