Cuando tenemos la oportunidad de visitar otros lugares, lejanos, por ejemplo, Roma, Italia, dicen que uno no puede dejar de visitar esas grandes obras de arte que están a la vista de todo andante, arte en los edificios, en las plazas públicas, en las avenidas, en las calles y, en cada uno de ellos bien podemos observar las grandes fuentes, los monumentos, esculturas o la arquitectura misma.
Todo ello son elementos culturales y artísticos de las ciudades, reflejan parte de la cultura local que, en muchos casos, trasciende más allá de los mismos lugares y, en algunos casos, como el que se menciona, se volvieron parte del patrimonio, no solo de lugar, sino de la humanidad.
Algunas fuentes, por ejemplo, se construyeron con un sentido práctico ya que servían para hacer llegar agua potable a la población o “simplemente” como bebederos, pero no solo eso, los edificios de viviendas o de servicios, al margen de su utilidad eran, en la mayoría de los casos, pensados estéticamente.
Muchas de estas creaciones, como las esculturas y monumentos, son ideados y construidos en entornos comunes, sociales, urbanos, para recordar hechos o actos cruciales de la historia de una sociedad, llámese ciudad o nación, pero otras veces solo para mostrar la expresión artística de los escultores.
Nada nuevo que los gobiernos o gobernantes específicamente le dan cierta importancia al recordatorio de fechas específicas a través de las diversas manifestaciones artísticas, a veces con esculturas, a veces con monumentos o con obras faraónicas a simple capricho o a veces, “sin querer queriendo”.
Me llega a la mente el conjunto escultórico de las Torres de Satélite, ubicado en el municipio de Naucalpan, creado más como un producto mercadológico para vender un ambicioso proyecto urbanístico que nunca concluyó y, que, al paso de los años, irónicamente, fue considerada como una verdadera pieza artística.
Situación similar sucedió con el hoy Monumento a la Revolución Mexicana, en la Ciudad de México, pues la estructura que actualmente conocemos solo es una parte del malogrado Palacio Legislativo Federal que mandó construir el entonces mandatario Porfirio Díaz en las postrimerías de su gobierno; estructura que años más tarde fue rescatada para honrar al entonces recién concluido movimiento social armado.
Regresando al Estado de México, existen cientos de monumentos, algunos “monumentales”, que, al margen de ser estéticos, se vuelcan en símbolos de identidad de los lugareños como el Coyote en ayuno, ubicado en el municipio de Nezahualcóyotl o el Guerrero Chimalli, escultura que se encuentra en el municipio de Chimalhuacán, ambas obras del reconocido artista plástico, Enrique Carbajal “Sebastian” (si no las conoce, afortunados somos de contar con Internet).
Decía que, guardando las debidas proporciones, ambas esculturas, en su momento fueron motivo de críticas por diversos factores, por sus estéticas, su intención social y política, pero sobre todo por el económico. Sin embargo y sin lugar a duda, han logrado su objetivo: ser ampliamente reconocidos e identificados como parte de una comunidad.
Otro ejercicio de identidad, en el caso de la capital del Estado de México, son las famosas, reconocidas e identitarias Torres Bicentenario, construidas para conmemorar, justamente, el bicentenario del inicio de la lucha armada por la independencia de México.
Un monumento que no solo es arquitectónico, sino que ahí se encuentra un espacio museístico, incluso su nombre oficial fue Museo Torres Bicentenario que, en un inicio, estuvo dedicado a la misma lucha armada, pero que, en la última administración estatal, se tornó en un museo galería, que tiene o tenía la intención de ser un punto de encuentro para que los artistas emergentes pudieran darse a conocer al exponer su obra y poder venderla.
Las Torres Bicentenario, como la conocemos populosamente, lograron tener una gran aceptación entre la gente quien inmediatamente la hizo suya. Hoy es ampliamente conocida, reconocida y, de uso común, porque bien se puede encontrar como imagen de los servicios de taxis y autobuses o como logo de ciertos eventos sociales o económicos o, simple, como referente de la ciudad.
En fin, que estas obras, escultóricas, monumentales, conmemorativas o festivas, se vuelven parte del entono social, obras que crean identidad y unidad, ¿les suena el Monumento a la Independencia, coloquialmente conocido como el Ángel de la Independencia?.
Los monumentos, al menos desde la perspectiva de un espacio, una imagen o una evocación, regularmente buscan recuerdos positivos, porque, acoto, también hay esfuerzos que nunca cuajaron, como la tristemente famosa Estela de Luz, también en la Ciudad de México, bautizada por el pueblo como Las Suavicremas que pocos recuerdan, para bien…
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