A partir de 2019 comenzó el descenso del llamado bono demográfico en México. Un término muy empleado desde finales de los noventa, pero que desde los setentas venía dándole al país la oportunidad de aprovechar que había más población económicamente activa -entre 18 y 64 años-, en contraste de la dependiente: menores de edad y adultos mayores.
Según el Censo de 2020, en el país había 37.8 millones de personas jóvenes, y cantidad similar de niñas y niños. Es decir, dos de cada tres mexicanos formaban parte de tal bono. Lo cual sigue siendo una ventaja en cuanto a fuerza laboral y generación de riqueza.
No obstante, es urgente que los gobiernos, la iniciativa privada y los diferentes sectores sociales se sienten a analizar los indicadores con miras al futuro.
¿Qué pasará cuando esos mexicanos, hoy en edad productiva, se conviertan en población adulta mayor?
Hace unos días, el Consejo Estatal de Población (Coespo) dio a conocer una estimación de que, para el año 2040, la población adulta mayor en el Estado de México representará la quinta parte del total y para 2050 será una cuarta parte.
En la actualidad, este sector representa el 11 por ciento de la población mexiquense, y ya son insuficientes los servicios médicos y de atención para que vivan la vejez a plenitud, sin considerar el tema de pensiones.
El Estado de México es el más poblado del país, con 17 millones de habitantes, lo que representa alrededor del 14 por ciento del total del país, lo que acentúa aún más el tema.
Desde mediados de los 80, la entidad vivió una acelerada y descontrolada urbanización y crecimiento de población, que rebasaron por mucho la planeación.
Hoy vivimos una crisis hídrica y de movilidad, por mencionar dos aspectos, a lo que podemos agregar polos de desarrollo económico alejados de los centros de población, o zonas industriales inmersas en la urbe, generando contaminación y complicaciones logísticas. Todo ello impacta en el desarrollo.
Hemos desperdiciado más de 30 años hablando del bono demográfico sin poder generar las condiciones para aprovecharlo. Ya vivimos en los 70 la “abundancia petrolera” que se fue por el caño de la corrupción. No podemos desperdiciar una oportunidad más.
Para 2030, cuando concluya la administración de Claudia Sheinbaum y un año antes la de Delfina Gómez, también se marcará el final del bono demográfico. Tenemos unos cuantos años para aprovechar lo que no se ha podido en décadas, en las que la política y la lucha por el poder han estado por encima del bienestar general.
Educación, empleo, emprendimiento, participación femenina, combate a la inseguridad y a la corrupción, deben ser las armas que el México aún joven utilice para construir un mejor futuro para su vejez.
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