El caso del bebé abandonado en Tultitlán escandaliza no sólo por el hecho en sí, sino por la descomposición social que refleja. Somos todos. Nos desnuda y nos refleja.

Aquella frase de Jacinto Benavente: “En cada niño nace la humanidad”, aplica, pero no con la esperanza de supervivencia y progreso, sino como la muestra de la pérdida de valores y del sentido de vida a que hemos llegado. Sí, el que esté libre arroje la primera piedra.

Un niño de 17 años deshaciéndose de “la cosa” -así le llamaban- concebida con una joven de 21. “Tíralo a un canal”, decía ella con frialdad que niega todo concepto de maternidad. Niños escondiendo el florero que rompieron por jugar en la sala.

Pareja que es el fiel reflejo de inmadurez emocional y afectiva. La sexualidad desde su carnalidad, carente de responsabilidad. Nos lleva a cuestionarnos su entorno familiar, amistades y de comunidad.

Hemos visto en televisión, aún con desenfoque u ocultamiento en el rostro, a un niño atrapado en acciones de adulto. Una madre horrorizada al ver de lo que es capaz su vástago; capaz de llevar ante la ley al fruto de sus entrañas. ¿Pero qué hay detrás?, ¿en qué momento la mujer que luce fuerte, valiente y en sus cabales, perdió de vista la conducta de su hijo?

Sí, hay cosas que los hijos no cuentan a sus madres ni padres, pero ¿qué le faltó a Lucio “N” para caer en cuenta del acto que cometía? Del otro lado, una chica a la que habría de preguntar qué hay en su mente y alma para hacer lo que hizo. Solo ellos lo saben. Material abundante para psicólogos.

Por eso, urge que la inteligencia emocional sea integrada a los planes de estudio desde el nivel preescolar. Urge que sea vinculada a la prevención sexual, para evitar abusos y embarazos no deseados; que no quede en campañas de regalar condones.

Urgen estudios de los efectos sociales y emocionales de la pandemia, la evolución tecnológica, la hiperconectividad, las redes sociales y la inmediatez de la vida globalizada. Todo ello, con niños en medio creciendo sin responsabilidad ni valor por el esfuerzo; educados por pantallas y adictos a la dopamina de las plataformas.

La reconstrucción del tejido social va más allá de programas sociales en especie; requiere ir a las familias, a las aulas, a la convivencia diaria. Personas con mente sana y un entorno sano serán más felices. Tal vez la felicidad también de votos.

Y ni hablar de la ineptitud de las autoridades ministeriales con las que se hizo el primer contacto para entregar al presunto homicida. Por eso es valioso el llamado del arzobispo de Toluca, Raúl Gómez González, para que los gobiernos hagan más ante la descomposición social.

Todos tenemos algo de responsabilidad y desamparo. Se trata de trabajar por las personas, las familias, el pueblo tan mencionado en campañas y ponerlo por delante. Al final, como dijo Anna Frank: “Creo que, a pesar de todo, la humanidad es buena”.

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