El primer recuerdo de una protesta presidencial que tengo es de Miguel de la Madrid. Ya desde antes, entre bruma, me aparecen algunos momentos de José López Portillo, como aquél, en el que lloró por la desgracia económica y los sacadólares.

Mi padre y mi madre, si bien no tuvieron más que la educación básica, eran muy politizados, pero no de esa politización chocante de los analistas sabelotodo, esos que López Obrador llama “intelectuales orgánicos”, no, lo suyo era del corazón, del día a día, de lo que late o no late. De ellos aprendí a sentirlo así.

A mí lo que me impresionaba era el ceremonial, los personajes, sentirme parte de lo que sucedía en mi país. Hoy me apasiona el debate, el de ideas y argumentos, no de los gritones que lastiman a la razón y a la inteligencia.

Hoy veo estos actos con esos mismos ojos de esperanza que trae todo cambio. Me sigue asombrando el ceremonial y me chocan los protagonismos.

Que cada seis años cambie el presidente es sano, porque se renueva la esperanza. Quien llega al cargo sabe que saldrá desgastado, “se alquilan como tiro al blanco”, escuché decir una vez. En efecto, siempre -el que sea- será responsable de las desgracias de todos.

Todos con errores y aciertos, virtudes y defectos. Todos por igual. Hay que recordar las últimas ceremonias de transición álgidas, emotivas para bien o mal.

La de Claudia Sheinbaum, y no sé si sea solo cosa mía, por ese latir que le permito a mis reflexiones, venía diferente desde horas antes. El ambiente político, pero también en las calles, en las pláticas con los amigos, en la charla común era de una expectiva esperanzadora.

Seis años de confrontaciones más 18 años de violencia generalizada nos tienen hartos a todos, sin importar color. Ahí está el éxito de los reality shows, de los programas enfocados en la fe, la esperanza y el pensamiento mágico.

La llegada de la primera mujer a la Presidencia es también esperanzadora. Así fue su primer mensaje. Aunque definió con firmeza que continuará con la llamada Cuarta Transformación, dio voz a todos y, en especial, a todas las que por años parecían nos ser escuchados, y pidió cabeza fría para evaluar los últimos seis años.

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