¡De México!, ¡de México! Grité secundando a mi querido Marco Fragoso -que en paz descanse-, a unos 20 o 25 metros del Papa Francisco, en plena Plaza de San Pedro. Volteó, saludó y nos bendijo. Al lado, monjas y seminaristas procedentes de Cholula se sumaron al saludo.
Faltaban dos días para el Día de las Madres y la mía estaba ahí presente en una foto que llevaba pegada al pecho, apenas cubierta por el saco. Tenía poco de haber fallecido y seguro le hubiera encantado estar.
Horas más tarde, por casualidad al recorrer la Basílica de San Pedro, me hallé igual a unos cuantos metros durante el histórico encuentro que tuvo con el Papa Copto en la Santa Sede. El segundo en la historia, tras la separación de esa Iglesia hace mil 500 años.
Era 2013 y era parte de la comitiva del gobernador del Estado de México, quien un día antes de la audiencia que tendría con el Papa tuvo que regresar a México para atender los efectos de una pipa de gas que se salió de la autopista México-Pachuca, dejando muertos y destrozos en San Pedro Xalostoc, Ecatepec.
“Imagínate, cuándo volveré a ver al Papa” me decía al sugerirle el regreso, tras consultar con el equipo al otro lado del océano. Casi tres años después, sería su anfitrión.
En diciembre de 2015, se anunció el viaje papal a nuestro país en febrero de 2016. El Estado de México en el itinerario. Ecatepec, la escala. Poco más de un mes de preparativos; en lo que me correspondía, ser parte de un ejército de hombres y mujeres de los tres niveles de gobierno, de la Diócesis de Ecatepec, del Vaticano, prestos para recibir al Santo Padre.
Habilitar el espacio para prensa en el lugar, con líneas de conducción de fibra óptica, corriente eléctrica y telecomunicaciones para medios de todo el mundo. Logística de conexión, transmisión y estancia. Montar la sala de prensa y de conferencia por si se ocupaba.
El deber y el reto profesional se unieron al fervor. Mi mamá estaría orgullosa y con mi papá y familia refrendaba la bendición traída en papel desde Roma.
Fueron horas sin dormir previo al 14 de febrero, el aniversario de bodas de mis padres. El ir y venir me llevó al sitio que se dispuso para al Papa detrás del altar que verían más de 300 mil personas en el terreno de El Caracol. Se estima fue un millón junto con su recorrido desde Venta de Carpio por la Avenida Central.
Se había dispuesto un pequeño espacio máximo de 3 x 2 metros con un reclinatorio frente a un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Un espejo. Una cama y un sillón por si quería descansar antes de la homilía. Todo sin lujo. Pero siguió de largo.
A sus entonces 79 años se le veía fuerte y feliz. En su mensaje llamó a “abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios".
Antes de morir, al reunirse con el vicepresidente de Estados Unidos, todavía cuestionó la política migratoria y el trato a los migrantes. Así fue Francisco, el Papa de los Pobres, que le dio un jalón de orejas a la Iglesia para volver al evangelio, reconocer errores y horrores; el que escuchó a la diversidad sexual y a las mujeres, aunque no coincidiera plenamente en algunos temas. Un verdadero transformador. Un placer haber sentido su luz tan de cerca.
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