En México, la paridad de género no ha sido una concesión de la clase política, sino una conquista de las mujeres que, organizadas y en lucha, han obligado a los partidos a abrirles espacios. Sin embargo, lo que en la ley es un principio constitucional, en la práctica ha sido una simulación constante.
Durante décadas, todos los partidos políticos han encontrado formas de evadir la paridad en la ejecución; han utilizado a las mujeres como cuotas y no como sujetos políticos con derecho a la toma de decisiones. Primero fueron las candidaturas en distritos perdedores; después, el fenómeno de las Juanitas, mujeres que ganaban elecciones y renunciaban para ceder el cargo a sus suplentes hombres; luego, las exclusiones en los nombramientos administrativos. La resistencia ha sido sistemática, sin importar el color del partido.
En los años setenta, con una estructura abiertamente patriarcal, las mujeres fueron relegadas a roles secundarios en la política. No fue hasta que la presión feminista se intensificó, que comenzaron a abrirse espacios; pero incluso con la llegada de la paridad obligatoria, el gobierno en turno encontró maneras de simular su cumplimiento.
A pesar de que algunos partidos se han presentado como la alternativa progresista, no han estado exentos de estas prácticas, mientras en el discurso se asumían como los partidos de los derechos humanos y la equidad, en los hechos replicaban las mismas prácticas de exclusión; al proteger a agresores dentro de sus filas, han impulsado perfiles de hombres en cargos clave y, en algunos estados, han utilizado la paridad como una moneda de cambio político.
Existen ejemplos recientes que evidencian la resistencia a la paridad, donde ediles se pronuncian en contra de este principio con un discurso que refleja la postura que, aunque no siempre se expresa abiertamente, ha sido compartida por múltiples actores políticos de distintos partidos. La misoginia solo busca paridad si se trata de un asunto familiar.
Lo más grave es que no son pocos los actores políticos que avalan el discurso de exclusión y desacreditan la lucha de las mujeres por la igualdad política. Estas declaraciones no son un hecho aislado. En todo el país, hemos visto cómo funcionarios de distintos partidos justifican la falta de paridad con el argumento de que "lo que importa es la capacidad, no el género", esto raya en el cinismo ya que, sería interminable la lista de corruptos, ineptos y delincuentes que han gobernado; la impunidad en México usa corbata y tiene barba.
A pesar de estos obstáculos, la lucha de las mujeres organizadas ha logrado avances sustanciales. La reforma de paridad total de 2019 fue una victoria histórica, pero su implementación sigue enfrentando resistencias dentro de los partidos.
Todo el dolor social proviene de la desigualdad, pero hoy, no hay trincheras públicas sin comandantas dispuestas a luchar. El México sin paridad nunca más existirá.
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