La izquierda mexicana ha superado una de sus más grandes pruebas, que marcará su futuro. La transición pacífica de la presidencia de la República, así como de las gubernaturas elegidas el pasado 2 de junio —donde arrasó tanto en elecciones locales como federales—, desmiente la visión sesgada y falsa de que el país está colapsando, de que existe una dictadura o una destrucción del Estado mexicano. Por el contrario, vivimos un proceso real de cambio y transformación, ampliamente promovido por el movimiento de la Cuarta Transformación desde hace más de 30 años. Estas modificaciones al diseño institucional no son el resultado de una visión facciosa ni de ocurrencias, sino de un profundo proceso madurado durante más de tres décadas.

La historia colocará a cada actor en el lugar que le corresponde. Lo que es indiscutible, y que todos debemos reconocer, es que esta transformación de la vida pública de México se ha logrado por la vía pacífica y electoral. No ha habido confrontaciones armadas; se ha tratado de una larga lucha política y pacífica en la que los ciudadanos han expresado su voluntad en las urnas.

Ahora es momento de marcar el rumbo de la Cuarta Transformación y darle contenido al porvenir del movimiento. Hacer realidad sus postulados y su programa debe ser la meta. Continuar y profundizar el camino trazado por el expresidente López Obrador es importante, pero Morena debe mirar más allá de los próximos seis años. Las reformas constitucionales en materia judicial, derechos de los pueblos indígenas, energía, y, posiblemente, una nueva reforma política y electoral, son la base para construir una sociedad distinta: un Estado social, de bienestar y de derecho.

Las condiciones internacionales son favorables para que nuestro país, por fin, experimente procesos democráticos sólidos, empleo bien remunerado, educación y salud accesibles para todos. Sin embargo, Morena no debe confiarse ni caer en la complacencia, creyendo que su simple postulación garantiza el triunfo, como si la ciudadanía no estuviera atenta o fuera solo el objeto de una campaña propagandística. Morena debe mantenerse a la vanguardia, innovando tanto en el gobierno como dentro del propio partido.

Es fundamental aprovechar la ciencia y la tecnología para ponerlas al servicio del pueblo y promover la inclusión en el desarrollo científico y tecnológico. La izquierda no está reñida con estos avances; al contrario, la diferencia entre izquierda y derecha radica, en gran medida, en que la primera no busca obtener beneficios económicos directos de ellos, mientras que la derecha persigue ganancias, a menudo desproporcionadas, a costa de derechos como la energía, salud, educación y vivienda.

Por ello, la Cuarta Transformación debe fortalecerse bajo el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien comprende la importancia de estos principios desde su formación política y profesional. Además, el movimiento debe desarrollar un modelo de transformación permanente: un esquema político y social que evite anclarse en los triunfos pasados y los logros sociales alcanzados, sino que busque constantemente soluciones a los problemas sociales, combata la desigualdad y promueva la inclusión de todos los sectores en el desarrollo colectivo.

También es crucial reafirmar nuestro compromiso nacionalista y defender la soberanía nacional, especialmente en temas como energía, agua y minería, pues estos recursos son esenciales para garantizar un desarrollo estable para las futuras generaciones.

La Cuarta Transformación no debe caer en la complacencia ni confiarse. Las próximas generaciones no habrán conocido directamente a AMLO ni habrán participado en el movimiento que él lideró. Dentro de 10 o 15 años, la mayoría del electorado estará compuesta por jóvenes que solo tendrán referencias históricas del desmantelamiento del régimen autoritario y de la corrupción representada por el PRIAN. Para evitar convertirse en una izquierda conservadora, el movimiento debe adelantarse y centrarse en el futuro, rechazando el dogmatismo que frena el pensamiento crítico.

Es imprescindible dar mayor profundidad al humanismo mexicano mediante el pensamiento de una transformación permanente. En política, las ideas son fundamentales para convencer a la ciudadanía. En torno a ellas se construyen proclamas, se persiguen objetivos y se responde, de manera dialéctica, al “por qué y para qué” se gobierna. Esto permitirá limitar el pragmatismo excesivo y mantener el contacto cercano con la gente, que, al final, es quien decide quién debe gobernar.

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