La Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMEX) fue alguna vez un faro cultural y social. No sólo impartía conocimiento: construía ciudadanos críticos, solidarios, libres.

El espíritu universitario no es una frase decorativa para discursos ceremoniales. La UAEMEX, con su rica historia que se remonta al Instituto Literario del Estado de México de 1828, posee un legado de transformación social y construcción del conocimiento que hoy parece difuminarse entre la politización burocrática, presiones presupuestales y la inevitable digitalización acelerada. Hoy, cuando su nombre pesa más por inercias que por convicciones, es urgente preguntarnos: ¿cómo recuperar ese espíritu originario?

Primero, recordemos lo esencial: la autonomía universitaria no es una concesión, es una conquista. Ganada para garantizar libertad de cátedra, investigación crítica y gobierno propio, la autonomía son pilares que no pueden negociarse, pero deben ir acompañados de una rendición de cuentas transparente hacia la sociedad. Recuperar el espíritu de la UAEMEX implica reconectarla con su razón de ser: servir a la sociedad, no a intereses personales, ni a camarillas políticas.

Para ello, el primer paso es devolverle a la comunidad universitaria el protagonismo que le pertenece. No a los liderazgos impuestos desde fuera, no a las imposiciones burocráticas o partidistas. Los alumnos, profesores y trabajadores deben ser los verdaderos motores de la vida universitaria, no sólo actores pasivos de procesos predecibles. Esto implica abrir verdaderos espacios de discusión y participación, y construir liderazgos académicos genuinos, surgidos desde las aulas y los laboratorios, no desde las oficinas.

Segundo, hay que reconquistar el sentido de la excelencia académica. No basta con presumir rankings o construir edificios nuevos. El prestigio no se mide en metros cuadrados, sino en ideas, en investigaciones relevantes, en la calidad humana de los egresados. Volver al espíritu original de la UAEMEX implica proteger y fomentar la investigación libre, apoyar a los mejores talentos, y asegurar que la enseñanza no sea un trámite sino una vocación.

Tercero, urge una revitalización ética. La universidad no puede ser cómplice ni reflejo de las prácticas corruptas que erosionan otras esferas del país. Cada peso invertido, cada plaza otorgada, cada proyecto aprobado debe responder a criterios de mérito y de beneficio social, no a cuotas ni favores. Recuperar el espíritu universitario es también limpiar, sin miedo, los rincones oscuros que la costumbre ha tolerado.

Finalmente, recuperar el espíritu universitario implica reconocer que el cambio no vendrá de una reforma administrativa tan publicitada, ni de un nuevo lema, ni de un programa publicitario. Vendrá, como siempre ha venido, de la conciencia activa de su comunidad, del orgullo de pertenecer a un proyecto mayor que uno mismo. Y sobre todo, de la firme decisión de defender su autonomía, su calidad, y su compromiso social, incluso cuando eso implique incomodar intereses establecidos.

La UAEMEX puede, y debe, convertirse nuevamente en un faro de pensamiento libre. No por nostalgia de lo que fue, sino por la urgente necesidad de lo que el Estado de México y el país requieren que sea. La recuperación de su espíritu no es un lujo académico, sino una necesidad social apremiante.

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