Toluca, Méx. “En mi primer trabajo, en 1982, me pagaron 50 centavos; era cuando el dinero sí valía, cuando se caía, sonaba, ahora cada vez es más difícil”, recuerda para EL UNIVERSAL Estado de México, Bernardo Nazario Dávila, quien a sus 72 años sobre cómo inició en la profesión que le ha permitido ganarse el pan de cada día: afilando cuchillos.
En las calles del Valle de Toluca, entre el bullicio y el ritmo apurado de la ciudad, se escucha un sonido metálico que poco a poco ha desaparecido: el zumbido de la piedra girando y el roce del acero que cobra filo.
Detrás de ese eco está su lima, la bicicleta azul que lo acompaña a todas partes y sus ganas de seguir andando.
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Yo me esmero por dejar las cosas bien hechas, porque ese es mi trabajo. Si uno hace tonterías, el trabajo no regresa”, afirmó.
Originario de Toluca, Bernardo comenzó en este oficio por necesidad.
Fue la primera crisis de la década de los ochenta la que lo arrojó a las calles, con cuatro hijos en casa, buscó la forma para llevar sustento a los suyos.
Trabajaba como montador de estructuras, pero no me pagaban; me despiden y los hijos en la escuela, sin dinero, tuve que hacer mi propio aparato”, cuenta con voz pausada, pero firme.
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Desde entonces, ha recorrido infinidad de colonias y ciudades con su herramienta al hombro, primero a pedal, ahora con un pequeño motor eléctrico que lo ayuda a sobrellevar el desgaste de los años.
Antes iba yo hasta Tijuana, en escalas. Pero ahorita ya no, el cuerpo ya no da para más. Ahora pongo recorridos cerca”, indicó.
Bernardo no tiene sueldo fijo, depende de lo que la jornada le deje, refiere que hay días buenos y otros en los que recorre varias colonias sin afilar un solo cuchillo.
Cuando la suerte lo acoge, puede llevar a casa hasta 500 pesos por jornada; sin embargo, reconoce que esos días son escasos, tanto que los guarda en la memoria.
Hoy puede al menos llevar para la comida, y eso, dice, en esta economía mexicana es una bendición.
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